No es difícil reconocer lo que está sucediendo. Barack Obama está quedando atrapado en una especie de trampa de tenazas. De un lado, están los que no quieren que nada cambie. Del otro, los que pretenden que todo sea modificado, de fondo y de forma. Los primeros, los sectores más conservadores y reaccionarios de la sociedad norteamericana, están haciendo una presión casi inédita en la dinámica más o menos sosegada de la política partidista para frenar el ímpetu que llevó a Obama a la Presidencia e impedir que si quiera se aproxime a cumplir sus más progresistas ofertas electorales. Los segundos, dentro y fuera de los Estados Unidos, están exigiendo más voluntad para cambiar y la verificación real de que el eslogan de campaña - Si Podemos - es algo más que eso.
Se trata de dos posturas extremas que aprisionan a un hombre característicamente pragmático y, por lo tanto, acostumbrado a contemporizar. Aunque reconozco no haber sido gran fanático de Obama - tengo más fe en políticas de cambio por parte de las sociedades europeas, más maduras y reflexivas. Las sociedades jóvenes son usualmente muy tercas -, y aunque acepto la tentación de sucumbir a los argumentos patentes de que el nuevo gobierno norteamericano ha cambiado la envoltura del mismo regalo, en esta ocasión debo intentar atemperar los ataques que ha recibido el Presidente norteamericano con ideas más progresistas de las últimas tres décadas.
El desmesurado ataque que ha recibido Obama por parte de sectores del Partido Republicano es sencillamente ridículo. Una señal más de lo reactiva – preventiva que puede ser la derecha norteamericana. Y prefiero hacer énfasis en preventiva sólo porque me niego a creer que la feroz oposición republicana se deba no tanto a lo que Obama ha hecho como a lo que Obama “podría llegar a hacer”.
Ver secciones del noticiero o cualquier programa de opinión de Fox News nos retrotrae a la época de la Guerra Fría de forma tanto o más impactante que un desfile soviético en la Plaza Roja. Sencillamente, sectores importantes de la sociedad que hace vida en la primera potencia mundial están viviendo en 1960. Hace unos tres meses, cuando apenas se iniciaba el debate sobre la reforma sanitaria que busca garantizarle el acceso al sistema de salud a más de 36 millones de norteamericanos que hoy están excluidos, Fox News emprendió una campaña de descrédito que apuntaba a que el Gobierno estatizaría el servicio de salud y que, en consecuencia, la administración Obama se estaba convirtiendo en un régimen comunista totalitario. Y en una audiencia que concedía un congresista republicano a sus “electores”, una señora de origen latino rompió en llanto mientras tomaba la palabra para decir “ya hemos huido de Cuba huyendo del comunismo. No quiero que mis hijos tengan que abandonar a su país por culpa de un régimen socialista”. Como era previsible, la señora fue invitada a Fox News esa misma noche para que desarrollara con más tiempo su consistente argumento a la luz de los muy serios comentarios y ¿preguntas? de los moderadores. Hace unos pocos días, la protesta en Washington de estos mismos sectores arrojó una foto de un manifestante con un cartel: “Obama escucha a Mao. Yo escucho a Fox News”.
Y en política exterior, se le ataca con igual ahínco. Su disposición al diálogo es castigada como demostración de debilidad. Su intención de rearticular alianzas rotas por Bush es tendenciosamente presentada como concesión a los intereses antinorteamericanos. Su posición ante Honduras – mal que bien mucho más coherente que la defensa de la democracia del pasado, aunque con sus desvíos y tibiezas – es duramente criticada por quienes dicen que Estados Unidos debe darle la espalda al consenso regional y apoyar unilateralmente al régimen golpista.
Y lo más triste de todo es que han hecho mella. Los resultados de los recientes comicios apuntan en esa dirección. Obama se debilita ante una arremetida que muchas veces queda sin respuesta por el ingenuo ánimo bipartidista que inmoviliza a los demócratas y fortalece a los republicanos. Tal como leí recientemente en un artículo de El País, “pareciera que la tendencia de Obama de estar por encima del bien y del mal le está pasando una factura cada vez más costosa”.
Desde los sectores progresistas, sobretodo los norteamericanos y latinoamericanos, estamos jugando el papel que en la historia nos ha correspondido jugar muchas veces: el de tontos útiles de una operación que tiene como última ganadora a la derecha. La República de Weimar cayó bajo las piedras cruzadas de socialdemócratas y espartaquistas y la democracia chilena murió violentamente cuando el MIR le servía el golpe en bandeja de plata a Pinochet. Hoy se ataca con furibunda vehemencia a un Lula muchas veces neoliberal para que retorne a gobernar la centroderecha, siempre neoliberal. Sencillamente, hay sectores que se niegan a entender que un gobierno no puede ser más progresista de lo que es la sociedad a la que intenta cambiar. Esa es una realidad y como realidad no va a desaparecer aunque la neguemos o la escondamos bajo la alfombra. Y en ocasiones, debemos conformarnos con el menos malo o el no tan dañino y bajo esa idea es fácil encontrar diferencias reales entre Bush y Obama.
La norteamericana es una sociedad profundamente conservadora. Las ideas progresistas, por más vehemencia con la que las abracemos, no van a poder edificarse como tangibles sino es partiendo de un análisis objetivo de la realidad. Y la realidad nos dice que si en Obama y su gobierno no existiera voluntad real de cambio, hace mucho habrían abandonado incómodas y electoralmente costosas propuestas como la de la reforma sanitaria o el nuevo tratado migratorio. Algo están haciendo, lo que no es no todo pero tampoco es nada.
En cualquier caso, para nosotros es insuficiente. Sobretodo en la región, nos decepciona que un año después la agenda siga siendo la misma. Lula lo ha dicho con suma claridad. La negativa a poner fin al bloqueo comercial sobre Cuba y la conversión de Colombia en una gran base militar nos hace preguntarnos sobre cuánto ha cambiado la definición estratégica norteamericana en la región.
Y es que Obama no sólo gobierna una sociedad conservadora. Administra un Estado profundamente encuadrado en la hegemonía de los intereses de un estamento industrial-militar-burocrático. Se trata de un Estado en el que el Presidente pasa muchas veces por figura simbólica que dirige los milimétricos desplazamientos sobre una línea fija y estática. La rígida institucionalidad que se encuentra al servicio de un supuesto “interés nacional” impide hacer grandes cambios, al punto que muchos creen que el margen de lo posible gira alrededor de la forma, el estilo y la presentación. A la luz de las reacciones ya verificadas, es evidente que Obama requerirá ayuda si quiere persistir en su agenda del cambio y dar algo más que nueva pintura a la vieja pared.
En ese sentido, Obama requiere ayuda, apoyo y comprensión. Quizá se trate de un David enfrentando a un Goliat. Y a veces pareciera que, en defensa de supuestos principios justos, nos ponemos del lado del gigante. Por eso creo que la decisión de otorgarle el Nobel a Obama, aunque dañó en la medida que reforzó la matriz de opinión de que Obama sólo desea alimentar su ego, es positiva. Es estúpido siquiera plantear el debate de sí se lo merece o no. La respuesta es unívoca: no ha hecho méritos. Lo que debemos discutir es si queremos que los haga o no. Los que creemos en un mundo más equilibrado, con distintos centros de poder y preeminencia del respeto, la paz, el diálogo y la cooperación en las relaciones internacionales, deberíamos aplaudir ese Nobel como un gesto real y efectivo que apunta en esa dirección. Por el contrario, los que no quieren que nada cambie - bien sea porque no creen en la causa del mundo multipolar o bien sea porque les conviene mantener un hegemón pretencioso y agresivo al que achacar las culpas - es natural que condenen y critiquen el Nobel. El futuro les administrará a cada parte su justo lugar.
Carlos Miguel Rodrígues
07 Nov. 2009