7.11.09

Obama asediado

No es difícil reconocer lo que está sucediendo. Barack Obama está quedando atrapado en una especie de trampa de tenazas. De un lado, están los que no quieren que nada cambie. Del otro, los que pretenden que todo sea modificado, de fondo y de forma. Los primeros, los sectores más conservadores y reaccionarios de la sociedad norteamericana, están haciendo una presión casi inédita en la dinámica más o menos sosegada de la política partidista para frenar el ímpetu que llevó a Obama a la Presidencia e impedir que si quiera se aproxime a cumplir sus más progresistas ofertas electorales. Los segundos, dentro y fuera de los Estados Unidos, están exigiendo más voluntad para cambiar y la verificación real de que el eslogan de campaña - Si Podemos - es algo más que eso.

Se trata de dos posturas extremas que aprisionan a un hombre característicamente pragmático y, por lo tanto, acostumbrado a contemporizar. Aunque reconozco no haber sido gran fanático de Obama - tengo más fe en políticas de cambio por parte de las sociedades europeas, más maduras y reflexivas. Las sociedades jóvenes son usualmente muy tercas -, y aunque acepto la tentación de sucumbir a los argumentos patentes de que el nuevo gobierno norteamericano ha cambiado la envoltura del mismo regalo, en esta ocasión debo intentar atemperar los ataques que ha recibido el Presidente norteamericano con ideas más progresistas de las últimas tres décadas.

El desmesurado ataque que ha recibido Obama por parte de sectores del Partido Republicano es sencillamente ridículo. Una señal más de lo reactiva – preventiva que puede ser la derecha norteamericana. Y prefiero hacer énfasis en preventiva sólo porque me niego a creer que la feroz oposición republicana se deba no tanto a lo que Obama ha hecho como a lo que Obama “podría llegar a hacer”.

Ver secciones del noticiero o cualquier programa de opinión de Fox News nos retrotrae a la época de la Guerra Fría de forma tanto o más impactante que un desfile soviético en la Plaza Roja. Sencillamente, sectores importantes de la sociedad que hace vida en la primera potencia mundial están viviendo en 1960. Hace unos tres meses, cuando apenas se iniciaba el debate sobre la reforma sanitaria que busca garantizarle el acceso al sistema de salud a más de 36 millones de norteamericanos que hoy están excluidos, Fox News emprendió una campaña de descrédito que apuntaba a que el Gobierno estatizaría el servicio de salud y que, en consecuencia, la administración Obama se estaba convirtiendo en un régimen comunista totalitario. Y en una audiencia que concedía un congresista republicano a sus “electores”, una señora de origen latino rompió en llanto mientras tomaba la palabra para decir “ya hemos huido de Cuba huyendo del comunismo. No quiero que mis hijos tengan que abandonar a su país por culpa de un régimen socialista”. Como era previsible, la señora fue invitada a Fox News esa misma noche para que desarrollara con más tiempo su consistente argumento a la luz de los muy serios comentarios y ¿preguntas? de los moderadores. Hace unos pocos días, la protesta en Washington de estos mismos sectores arrojó una foto de un manifestante con un cartel: “Obama escucha a Mao. Yo escucho a Fox News”.

Y en política exterior, se le ataca con igual ahínco. Su disposición al diálogo es castigada como demostración de debilidad. Su intención de rearticular alianzas rotas por Bush es tendenciosamente presentada como concesión a los intereses antinorteamericanos. Su posición ante Honduras – mal que bien mucho más coherente que la defensa de la democracia del pasado, aunque con sus desvíos y tibiezas – es duramente criticada por quienes dicen que Estados Unidos debe darle la espalda al consenso regional y apoyar unilateralmente al régimen golpista.

Y lo más triste de todo es que han hecho mella. Los resultados de los recientes comicios apuntan en esa dirección. Obama se debilita ante una arremetida que muchas veces queda sin respuesta por el ingenuo ánimo bipartidista que inmoviliza a los demócratas y fortalece a los republicanos. Tal como leí recientemente en un artículo de El País, “pareciera que la tendencia de Obama de estar por encima del bien y del mal le está pasando una factura cada vez más costosa”.

Desde los sectores progresistas, sobretodo los norteamericanos y latinoamericanos, estamos jugando el papel que en la historia nos ha correspondido jugar muchas veces: el de tontos útiles de una operación que tiene como última ganadora a la derecha. La República de Weimar cayó bajo las piedras cruzadas de socialdemócratas y espartaquistas y la democracia chilena murió violentamente cuando el MIR le servía el golpe en bandeja de plata a Pinochet. Hoy se ataca con furibunda vehemencia a un Lula muchas veces neoliberal para que retorne a gobernar la centroderecha, siempre neoliberal. Sencillamente, hay sectores que se niegan a entender que un gobierno no puede ser más progresista de lo que es la sociedad a la que intenta cambiar. Esa es una realidad y como realidad no va a desaparecer aunque la neguemos o la escondamos bajo la alfombra. Y en ocasiones, debemos conformarnos con el menos malo o el no tan dañino y bajo esa idea es fácil encontrar diferencias reales entre Bush y Obama.

La norteamericana es una sociedad profundamente conservadora. Las ideas progresistas, por más vehemencia con la que las abracemos, no van a poder edificarse como tangibles sino es partiendo de un análisis objetivo de la realidad. Y la realidad nos dice que si en Obama y su gobierno no existiera voluntad real de cambio, hace mucho habrían abandonado incómodas y electoralmente costosas propuestas como la de la reforma sanitaria o el nuevo tratado migratorio. Algo están haciendo, lo que no es no todo pero tampoco es nada.

En cualquier caso, para nosotros es insuficiente. Sobretodo en la región, nos decepciona que un año después la agenda siga siendo la misma. Lula lo ha dicho con suma claridad. La negativa a poner fin al bloqueo comercial sobre Cuba y la conversión de Colombia en una gran base militar nos hace preguntarnos sobre cuánto ha cambiado la definición estratégica norteamericana en la región.

Y es que Obama no sólo gobierna una sociedad conservadora. Administra un Estado profundamente encuadrado en la hegemonía de los intereses de un estamento industrial-militar-burocrático. Se trata de un Estado en el que el Presidente pasa muchas veces por figura simbólica que dirige los milimétricos desplazamientos sobre una línea fija y estática. La rígida institucionalidad que se encuentra al servicio de un supuesto “interés nacional” impide hacer grandes cambios, al punto que muchos creen que el margen de lo posible gira alrededor de la forma, el estilo y la presentación. A la luz de las reacciones ya verificadas, es evidente que Obama requerirá ayuda si quiere persistir en su agenda del cambio y dar algo más que nueva pintura a la vieja pared.

En ese sentido, Obama requiere ayuda, apoyo y comprensión. Quizá se trate de un David enfrentando a un Goliat. Y a veces pareciera que, en defensa de supuestos principios justos, nos ponemos del lado del gigante. Por eso creo que la decisión de otorgarle el Nobel a Obama, aunque dañó en la medida que reforzó la matriz de opinión de que Obama sólo desea alimentar su ego, es positiva. Es estúpido siquiera plantear el debate de sí se lo merece o no. La respuesta es unívoca: no ha hecho méritos. Lo que debemos discutir es si queremos que los haga o no. Los que creemos en un mundo más equilibrado, con distintos centros de poder y preeminencia del respeto, la paz, el diálogo y la cooperación en las relaciones internacionales, deberíamos aplaudir ese Nobel como un gesto real y efectivo que apunta en esa dirección. Por el contrario, los que no quieren que nada cambie - bien sea porque no creen en la causa del mundo multipolar o bien sea porque les conviene mantener un hegemón pretencioso y agresivo al que achacar las culpas - es natural que condenen y critiquen el Nobel. El futuro les administrará a cada parte su justo lugar.

Carlos Miguel Rodrígues

07 Nov. 2009


6.11.09

Tres preguntas sobre Rusia

Así titula el periodista Rafael Poch un trabajo de poco más de cien páginas que circula publicado en la serie Más Madera de la editorial Icaria, disponible en Venezuela en las Librerías del Sur. De fina pero llana redacción, el artículo escapa a la superficialidad de cierto periodismo simplista y devela la calidad de los autores de esta colección, consagrada a la “reflexión crítica sobre las causas de los mayores problemas de nuestro tiempo”. La buena impresión que me dejó este texto me la vino a confirmar otra publicación de la misma serie: “Lula ¡donde vas!” es una inteligente disertación a dos manos sobre, más que el rumbo controversial de la administración Lula, la historia - sabores y sinsabores incluidos - de la izquierda brasileña.

Pero sobre Rusia y sus tres preguntas quiero escribir en esta ocasión. En realidad, de las tres interrogantes que se autoformula Poch - ¿Cuáles son los efectos de la reforma de mercado rusa? ¿Qué nuevo espacio se está creando en Eurasia? ¿Qué nuevo margen para lo alternativo queda en el mundo tras el fin de la bipolaridad y el exclusivo dominio estadounidense? – voy a referirme únicamente a la respuesta de la primera. En parte porque de la tercera sé que luego podré escribir y en parte porque frente a la segunda me considero incapaz de aportar algo distinto a una simple reproducción del texto. Sobre la geopolítica euroasiática debo reconocer mi abismal ignorancia.

Lo interesante del libro es su capacidad de dar, con sólo tres respuestas, una panorámica general de la situación de Rusia a inicios de este siglo. E incluso por encima de eso, está su hábil proyección de tendencias al inicio de la era Putin, con el consustancial aporte de hacer predicciones que hoy nos es fácil confirmar.

En la primera sección este corresponsal español, estudioso fiel de la cultura y la historia eslavas, descubre los entretelones de la “reforma” de mercado rusa tras la disolución del superestado soviético. Más que reforma, fue una verdadera contrarrevolución guiada y dirigida por una élite heterogénea integrada por políticos ex comunistas – ex militantes del Partido Comunista de la Unión Soviética, comunistas jamás fueron – y funcionarios de la tecnocracia liberal, unos y otros convertidos en empresarios a la rusa.

En América Latina solemos ser muy críticos, por sobradas y evidentes razones, con el historial de intervenciones del Fondo Monetario Internacional en la definición de nuestras políticas económicas. Sin embargo, el FMI llegó a nuestras economías cuando ellas ya estaban constituidas como mosaicos capitalistas que, no obstante su desorden y su capacidad de tolerar altos niveles de defectuosa intervención pública, consagraban claros derechos de propiedad y vocación privada del beneficio. El impacto del mismo recetario, igual de dogmático, intransigente y desconsiderado hacia las condiciones nacionales particulares, multiplica varias veces sus perniciosos efectos cuando es aplicado a un país sin tradición alguna de propiedad privada e intercambio capitalista.

Y así fue como ocurrió en Rusia. Durante la existencia de la Unión Soviética, ilegalizado el culto ortodoxo, los rusos terminaron convirtiendo a la doctrina oficial comunista en religión y dogma. Y una vez desaparecido el régimen soviético y derrumbado uno a uno sus íconos, esta élite oportunista abrazó con similar fanatismo la ideología del pensamiento único neoliberal, en un intento consciente de aprovechar el tiempo perdido, guiñar el ojo a Occidente y ganar sus favores. Y como suele ocurrir, los recién conversos se hicieron los mayores y más radicales fanáticos, instrumentando un profundo plan de liberalización, privatización y desregulación que derrumbó a Rusia de su respetable posición mundial y a su pueblo de sus aceptables estadísticas sociales.

El supuesto plan de “modernización” de la economía rusa consistió en una masiva y forzada operación de transferencia del capital formado socialmente a manos privadas; la puesta en escena de una amplia expropiación de bienes al Estado, que casi regaló los activos que poseía - valga decir, todo el aparato económico - a los funcionarios públicos y a sus amigos. Para la elite que instrumentó las reformas, no se trataba sólo de crear la propiedad privada; había también que crear a sus propietarios. Y no había mejores candidatos que ellos mismos.

La nomenclatura y sus ayudantes se dedicaron al enriquecimiento propio con el frenesí de quien sacia un apetito largamente contenido. Desde la industria petrolera y gasífera hasta las finanzas y el sistema bancario, la economía rusa se reestructuró sobre la base de la corrupción. Las 500 mayores empresas rusas fueron valoradas, al momento de su subasta en 1994, en un precio 30 veces inferior al real: en 7.300 millones de dólares se ofertó lo que costaba 200.000 millones. Chubais, Gaidar, Berezovski, Jodorkovski – el ex propietario de la petrolera Yukos, cuyo arresto fue condenado internacionalmente como un caso de “persecución política” – son nombres insignes de una gran operación de fraude a la nación. En ella no hubo nada de interés nacional, ninguna referencia aunque sea vaga al bien común, omisión total del bienestar social. Se trató de vulgar interés privado y confabulación de camarilla. Poch lo dice de manera insuperable: “Cambiaron una posición en el mundo por una posición en la vida”.

La tradición modernizadora rusa se reeditó bajo la misma desastrosa metodología. La supuesta reforma orientada a construir el capitalismo se definió como una apuesta forzada impuesta desde arriba y con metas ridículamente exageradas. Los altos funcionarios del gobierno de Yeltsin recurrieron al legado de Pedro I y Stalin para promover una reforma que no contó con el apoyo necesario en la población. Pretendieron que Rusia hiciera en quinientos días lo que Occidente hizo en siglos: construir una economía capitalista de mercado. Y los resultados fueron desalentadores. Una producción 40% inferior a la de 1991, una agricultura minimizada a poco más de un tercio de su nivel pre-reforma, un descenso de 5 años en la esperanza de vida y un 70% del ingreso público dependiente de las exportaciones de materia prima, nos hablan del fracaso total y rotundo del proyecto modernizador.

Sin embargo, ese final de siglo no encontró a Rusia en un estado tan caótico como sugieren los datos. Aún con 50 millones de pobres, las ciudades rusas registraban relativamente bajos niveles de indigencia y delincuencia. Los sistemas de salud, educación y transporte, aunque evidentemente desmejorados, seguían funcionando. La calefacción y la electricidad eran fieles a las necesidades de los hogares rusos. Incluso con la crisis del rublo, que lo llevó a perder en un mes el 70% de su valor, el cierre temporal de los bancos no llevó a grandes olas de incertidumbre y miedo ni a la violencia y al motín social. Para Poch, la raíz de esta especie de insensibilidad rusa radica en su capacidad de supervivencia, incubada en sus largas etapas históricas en las que la vida y la muerte se convirtieron en decisiones diarias. Los rusos lograron construir un gran sistema paralelo, casi siempre difuso desde la perspectiva jurídica, que movió a la economía y amortiguó la caída de la calidad de vida, sin registrar ningunas de esas dos cosas en las cifras oficiales.

No es que todo el capitalismo ruso tenga ese origen criminal. Sin duda, en Rusia han nacido en estos años empresas de manos limpias, con actividad y beneficios muy respetables. Pero han nacido bajo el contexto de esta gran operación, que ha permitido que los magnates rusos ingresen por la puerta grande - tan grande como su excentricidad - del mundo del negocio occidental. Allí están rusos haciéndose del futbol británico y allí está el multimillonario que regala a sus amigos de la farándula norteamericana relojes y joyas valoradas en 2 millones de dólares. Y allí está el gran escándalo que se suscita alrededor de las acciones del Estado ruso en contra de estas andanzas opacas de sus hijos ilustres.

Es usual oír en Venezuela críticas muy fuertes sobre cualquier plan general - real o imaginario - de expropiación de la riqueza y la propiedad privada por el Estado. Se trata de una defensa a primera vista justa, sustentada en un valor difícilmente criticable como el del esfuerzo personal y su correspondiente meritocracia. Pero, ¿no es tanto o más deplorable que individuos y grupos expropien de forma igual de grotesca lo que toda una sociedad esforzada y trabajadora ha construido con el más vital de los esfuerzos? Quizá para muchos, no.

Es extraño pero muy propio de nuestra época colocar al individuo siempre y en toda circunstancia por encima del grupo y a éste por encima de la sociedad. Por eso tenemos una especie de resistencia casi innata a la acción del Estado y solemos mirar con malos ojos cualquier iniciativa que de él venga. Su expediente, especialmente en países como Rusia, no le favorece en nada. Sin embargo, y aunque el Estado ruso conserve rasgos profundamente autoritarios, con una endeble y flexible estructura jurídica, un maleable principio de legalidad y una inusitada discrecionalidad, potenciados por el carácter del sector político que hoy le dirige, parece razonable que se tomen medidas para poner orden en el caos heredado de los felices 90. No soy fanático de Putin o de Rusia Unida, pero sin duda tanto él como su partido parecen enviados celestiales si a tenor de la era Yeltsin se le asemeja. Hoy Rusia, fiel a su historia, se esfuerza por levantarse y conformar nuevamente un polo de poder autónomo, que brinde algo de equilibrio al desequilibrado mundo unipolar. Marchando hacia una economía mixta e intentando reconstruir una política basada en el interés nacional, Rusia pasa la resaca y sale nuevamente a la calle. Esperemos que con la lección aprendida y la tarea hecha.

Carlos Miguel Rodrígues
06 Nov. 2009

23.10.09

Uruguay se sirve a la izquierda

Un país con memoria histórica. Ese es Uruguay. Del tamaño de nuestro estado Amazonas, son 3.800.000 uruguayos, 400.000 de ellos afuera del país. País de tradición profundamente democrática; su topografía, su clima y su agricultura tanto como su calidad de vida, su reducida desigualdad social y sus constantes consultas ciudadanas, le valieron el título de la Suiza de América. Precisamente, el próximo 25, junto a las presidenciales, llevarán a cabo otro referendo. Esta vez los uruguayos definirán su apoyo a la anulación de la ley de la impunidad, que ha impedido que los violadores de Derechos Humanos de la dictadura sean procesados y enjuiciados. Recién cerraron la campaña del Sí con una marcha contra el olvido y el perdón a los torturadores. No quieren hacer el ademán de que no sucedió algo que aún duele todas las mañanas. Claro que, en honor a la verdad, tener conciencia real del pasado no es tan difícil cuando tienes una voz como la de Eduardo Galeano espoleándotela.

Además de esta trascendental consulta, en Uruguay se votará en amplia mayoría – cercana a un 49% según los últimos sondeos, que permiten pensar por vez primera en la elusión de la segunda vuelta – por un ex guerrillero. José Alberto Mujica es un hombre llano. Sus años en la prisión y en la tortura lo hacen de templado carácter, y sin embargo, no lo empujan a dejar de ser cercano y creerse un icono de la izquierda latinoamericana. No sufre de los por nosotros conocidos delirios de grandeza.

Mujica está postulado por la más unitaria, longeva y firme coalición de izquierdas que he podido conocer en mis escasos y limitados estudios. El Frente Amplio uruguayo es modesto ejemplo de consistencia política, fidelidad a los principios y capacidad de integración. Todas sus virtudes presentes nacen de sus penurias pasadas: se trata de la plataforma unitaria de los sectores progresistas uruguayos, forjada con sangre, sudor y lágrimas durante la agresiva dictadura militar (1973-1985) que le dio a Uruguay el récord de la mayor proporción de presos políticos sobre número de habitantes.

Y gracias al dolor, la comprensión. El Frente Amplio reúne a democratacristianos (que en Uruguay no utilizan la etiqueta de “populares” y son más progresistas que sus pares latinoamericanos), centristas, socialdemócratas, socialistas moderados, humanistas, comunistas y hasta grupos de adscripción ecologista, feminista, de diversidad sexual, etc. Una gran coalición que nace en 1971 y crece al recuperar, por encima de sus diferencias, la ideología del batllismo, basada en la tríada justicia social, democracia política y economía mixta.

Una fructífera y exitosa experiencia en la Municipalidad de Montevideo con Tabaré Vásquez a la cabeza permitió abrir un surco importante en el cerrado bipartidismo Blancos-Colorados. Desde la capital, centro electoral que reúne a cerca de la mitad de los votantes, se instrumentó por primera vez la visión frenteamplista en forma de políticas públicas y gracias a ello se demostró que no sólo se puede gobernar desde la izquierda, sino que se pueden alcanzar mayores éxitos gobernando desde la izquierda.

En 2004 se da el salto cualitativo: el frenteamplismo vence en la primera vuelta y gana el derecho a hacer Gobierno. Y cinco años después, la popularidad del presidente Vásquez y el apoyo a la gestión de gobierno hablan del éxito y la consolidación, que resultan especialmente visibles en el sector social. Con Vásquez se comprobó en Uruguay que la izquierda estaba preparada para dar el salto de la oposición al gobierno. La esperanza venció al miedo y el anunciado desastre nunca llegó. La responsabilidad y la acertada gestión permitieron conjugar una avanzada política social con números macroeconómicos auspiciosos.

Montados en esa demostración, una dupla tan disímil como la Mujica-Astori (parecida, guardando las distancias, a la llave Morales-García Linera) se encamina a darle continuidad a la política del cambio social responsable. Y aunque un escenario muy probable sea una segunda vuelta marcada por la unidad de los partidos tradicionales, el Frente Amplio luce ganador, amparado en la promesa de mejorar la gestión ya avanzada.

Sin grandilocuencias, sin rimbombancias, sin grandes alharacas y sin pretensiones universalistas, la izquierda uruguaya ha consolidado importantes éxitos sociales. Y dentro de esta multitud dispersa de izquierdas que vivimos en América Latina, Uruguay nos dice que la seriedad, la responsabilidad y una gestión planificada basada en principios claros, resultan más provechosas que grandes consignas discursivas, construidas autoritaria y verticalmente y aplicadas sin convicción.

Carlos Miguel Rodrígues

22 de Oct. 2009

Chile se sirve a la derecha

Todo parece indicar que Sebastián Piñera Echenique será el próximo presidente de Chile. Las encuestas de opinión así lo adelantan y El Mercurio así lo celebra. Después de veinte años de gobiernos concertacionistas – dirigidos en casi mitades exactas por socialdemócratas y por democratacristianos – la derecha está haciéndose camino con un candidato renovado, venido del mundo empresarial, con un pasado vinculado a la Democracia Cristiana, más proclive a la convivencia bajo un régimen de libertades y sin asociaciones con la dictadura pinochetista como las tenía el tradicional postulado Joaquín Lavín.

El propietario de Lan Chile, Chilevisión y el Colo-Colo – tres estandartes de la chilenidad – casi dobla en intenciones de voto al ex presidente Eduardo Frei, el abanderado oficial de una Concertación debilitada. Y debilitada por dividida: en el último sondeo del CERC, un disidente de la Concertación, el joven Marco Enríquez-Ominami, ha llegado a igualar las intenciones de voto de Frei y ha logrado dividir los apoyos de la Concertación. La izquierda extraparlamentaria – la que está fuera del parlamento no sólo por debilidad sino por el carácter excluyente del sistema electoral – ocupa posiciones marginales del electorado, pagando cara su fidelidad a posturas condenadas por una sociedad sumamente conservadora.

Buscar explicaciones a la intención de voto de un elector es siempre un ejercicio analítico predictivo que involucra apreciaciones vertidas desde todas las ciencias sociales. Se trata de una labor compleja que, ampliada a un conglomerado social, se llena de conjetura y se vacía de “ciencia”. Y especular es precisamente imprescindible si queremos entender como el candidato de una exitosa coalición gobernante – cuya Presidenta tiene un altísimo 71% de popularidad tras cuatro años de gobierno – no logra sumar más del 21% de las voluntades.

Al respecto se ha razonado y mucho. Se han arrojado infinidad de justificaciones, de las que vale la pena entresacar unas pocas que destacan por su poder explicativo. En primer lugar, hay un elemento de evaluación de gestión. Frei es el gobernante concertacionista que entregó el gobierno con menores índices de popularidad. Su gobierno, aunque con éxitos visibles en economía, educación y política exterior, estuvo marcado por sucesivas polémicas, que incluyeron el pase a retiro de Pinochet y su posterior arresto en Londres, la concesión de indultos a connotados violadores de Derechos Humanos y denuncias y disputas en materia ambiental y laboral.

En razón de ello, los chilenos no logran hacer una asociación – que no necesariamente es lógica – entre la administración Bachelet y Frei como candidato. Y a pesar de los esfuerzos tanto del Gobierno como del Comando de Campaña en transmitir esa conexión, los votantes no están convencidos de que Frei será la continuidad de Bachelet.

En general, por la naturaleza del cargo que se disputa y en especial por el carácter del propio sistema de gobierno latinoamericano, toda campaña presidencial está fuertemente influenciada por los rasgos personales del candidato. Ello es parte de una tendencia muy norteamericana, que ha vaciado de contenido las campañas electorales y ha sustituido la importancia del programa electoral o el signo de la plataforma partidista por la imagen personal del postulado. La mediatización de la política es especialmente fuerte en Chile, donde el acceso a las tecnologías de la información y la comunicación es superior a la media latinoamericana y se acerca a los niveles de la OCDE. Por ello, gran parte de la campaña se desarrolla desde los medios de comunicación y allí es donde resultan especialmente importantes las habilidades comunicativas y de expresión del candidato.

Precisamente de la historia personal y de la personalidad de los candidatos vienen buenas razones para entender este entuerto. Frei es un político tradicional, hijo de Presidente, de familia históricamente asociada a la clase política chilena. No tiene especial carisma ni grandes dotes que mostrar, sea como candidato-comunicador sea como gobernante-gerente. Por el contrario, Piñera es una estrella ascendente de la política chilena, a quien se le adjudica el éxito de reconstruir una fuerza política conservadora – su partido Renovación Nacional – que revitalizó a la demacrada derecha pinochetista y la vinculó de forma más realista a la nueva democracia chilena. Su carrera como empresario le brinda argumentos de exitoso gerente, especialmente pesados en una sociedad que rinde culto al éxito privado como señal de probidad. Su carisma, su hábil manejo de los medios, sus desvaríos hacia la farándula – fenómeno Obama – le acreditan preferencias.

De igual forma, incide sobre estas tendencias electorales el muy bien explotado dilema renovación - tradición; cambio – continuidad; futuro – pasado; juventud – vejez. Aunque los chilenos que ven los números están satisfechos con lo hecho por la Concertación durante estas dos décadas, empiezan a acusar cansancio del continuismo y se sienten tentados a comprar el discurso de la alternancia como señal de la salud y la vitalidad de la democracia. El elemento del cambio está impactando contudentemente en el electorado, sostenido por el error estratégico que cometió la Concertación al mirar al pasado para afrontar una coyuntura difícil. En el trasfondo está la idea de que es tiempo de premiar a esta derecha que ha sido capaz de renovarse, insertarse más cómodamente en la democracia y abandonar los dogmatismos casi religiosos. Y es tiempo de darle un descanso a la Concertación, hacerla pasar a la oposición y ver como se comporta. De acuerdo con esta visión, es imprescindible probar la resistencia de esta joven alabada democracia. Después de todo y producto del desarrollo político alcanzado, la política gubernamental continuará atada a ciertos elementos fijos que, gracias al éxito que han reportado, no podrán ser estructuralmente alterados.

Un razonamiento a todas luces muy peculiar. Parece extraño que aún luego de veinte años, en Chile se crea que el resguardo y la garantía más apropiada para la democracia radique en darle opción de gobierno a la derecha, el sector político que ha bloqueado reiteradamente las reformas democratizantes de la Constitución y a buena parte del cual aún deben sacársele con cucharilla las condenas a las masivas violaciones de los Derechos Humanos en la dictadura.

Finalmente, y como si fuera pequeño el reto que se la presenta a la Concertación, el proceso de selección de los candidatos clavó más estacas que han profundizan la brecha electoral Piñera-Frei. Piñera fue electo de forma relativamente fácil como candidato unitario de la derecha. Su trabajo político y la positiva evaluación electoral le dieron un casi indiscutido apoyo de la Alianza por Chile, que se reunió ordenada y rápidamente alrededor de su candidatura, convencidos de que esta era la oportunidad de derrotar a la centro-izquierda. Por su parte, la agria disputa interna de la Concertación, sorteada con tanto éxito en el pasado por medios de elecciones primarias, brindó la peor imagen posible al electorado chileno. Señales claras de división terminaron con la imposición de la candidatura de Frei a través de un acuerdo político. Enriquez-Ominami salió entonces de la Concertación, lanzó su candidatura independiente y empezó a facturar todo el descontento, explotando también muy inteligentemente la antinomia renovación-tradición.

Se trata de la primera vez que los sectores de la centroizquierda van divididos, justamente en el momento en que más imprescindible resultaba la unidad. Y aunque esté ya dada por sentada la segunda vuelta, aún no está claro si Piñera deberá enfrentar a Frei o a Enríquez-Ominami. Lo que la demoscopia si indica es que el segundo saldría mejor parado, con una no tan abierta derrota. La clave es simple: la derecha hasta el momento ha capitalizado de mejor forma el neurálgico voto centro, objeto de todas las disputas.

Y mientras tanto, la campaña continúa y todos los candidatos persisten en su estrategia, definida bajo los más estrictos criterios técnicos y políticos. En Chile se juega a la campaña del siglo XXI, en la que cada jugada es milimétricamente analizada y evaluados sus favores y desfavores.

Aunque aún falte mucho camino por andar y muchas páginas por escribir, todo parece indicar que la derecha montará cabeza en Santiago, con impredecibles y, a mi personal juicio, lamentables consecuencias para el inestable equilibrio político-ideológico latinoamericano. En tiempos en los que se asoman posibles victorias conservadoras en Argentina y Brasil, el viraje chileno sentaría regresivo precedente. El Sur podría cambiar de color y eso lo resentiríamos todos los que, con nuestras diferencias, vivimos en el mundo progresista. Será entonces cuando la realidad nos saque de nuestro simplismo y nos enseñe todo el trecho que hay entre una Bachelet y un Piñera.


Carlos Miguel Rodrígues

21 Oct. 2009

11.10.09

Ejemplos andinos para una Caracas sin excusas

Excelente y apropiada iniciativa la que ha reunido en Caracas a un conjunto de representantes políticos y académicos del poder local, venidos desde distintas rincones del mundo y juntados por su interés común en aportar visiones, reflexiones y experiencias en torno al primordial tema de la buena gestión de gobierno. 

Organizado Por la Caracas Posible – asociación civil presidida por Fredery Calderón, un inteligente y emprendedor politólogo ucevista – el Encuentro Internacional de Gobernabilidad Local y Buenas Prácticas nos dejó una sensación mixta de esperanza y decepción. El relato que atendimos con imperturbable atención nos aclaró varias cosas de sabores distintos: (1) es posible transformar la ciudad; (2) la transformación es un proceso arduo, difícil y exigente; (3) para lograrla se requiere voluntad política, capacidad de gestión y compromiso ciudadano; (4) en Caracas debemos trabajar más para reunir esas condiciones.  

Bajo la premisa de que los municipios serán actores claves y fundamentales en la dinámica del siglo que despunta, el ex alcalde de uno de los 1.100 municipios del estado federado de Baden-Wuerttemberg y actual representante de la Konrad Adenauer en Caracas nos brindó las dos hipótesis que, para él, explican el relativo retraso latinoamericano frente a Europa occidental: el tamaño de los municipios y su mecanismo histórico de apropiación de poder. 

En Alemania existen hoy 12.006 municipios. Ello implica una ratio de un municipio cada 6.848 habitantes. En Venezuela son 336 nuestros gobiernos locales y 80.000 ciudadanos por cada alcalde. Los alemanes han constituido un municipio – por media - cada 30 kms2. En Venezuela, la simple división nos dice que cada alcalde administra – también de media – un territorio no menor a los 2900 kms2. Y lo evidente lo explícita Eickhoff: los venezolanos tenemos un gobierno local menos cercano que, obligado a formular e implementar soluciones a más problemas, más diversos y más dispersos, no es capaz de ejecutar una gestión tan efectiva. 

Por otro lado, la democratización alemana y por tanto la construcción de sus instituciones políticas se fundó en un proceso fiel al modelo federal. Se trató de una configuración del poder político ascendente – de abajo hacia arriba – en el cual los municipios jugaron un rol fundamental. Gracias a ello, han sido capaces de resguardar altos estándares de autonomía no sólo frente al Estado sino también frente a los partidos políticos. El caso contrario es precisamente el venezolano. Venezuela ha construido sus municipios alrededor de poderes externos a la dinámica local. Primero caudillos regionales, luego partidos políticos de rígida línea nacional, finalmente liderazgos con pretensiones universales. Incluso, cuando los municipios han ganado algún trazo de autonomía lo han hecho como concesión del poder central. El escueto proceso de descentralización que vivimos en la década de los 90 estuvo ideado y dirigido por autoridades nacionales que entregaron dádivas parciales a los municipios, históricamente incapaces de generar un movimiento propio que, con fuerza, irrumpiera en la escena política y “ganara” las herramientas para ejercer gobierno. 

A partir de los planteamientos de Eickhoff, presentados para contrastar la realidad europea de la latinoamericana, pudiéramos empezar a aceptar la idea de que el estado actual de Caracas es consecuencia de una tragedia mucho más amplia, que tiene historia y afecta a toda la región. En ese caso, tendríamos atenuantes para salvar nuestra responsabilidad. 

Pero esa salida sería demasiado honrosa. En el encuentro siguieron al derecho de palabra los representantes, actuales o recién pasados, de las municipales de Quito, Bogotá y Lima. Capitales andinas que comparten los mismos defectos aludidos por Eickhoff. Se trata de municipios extensos con grandes poblaciones y constituciones - históricas e institucionales - supeditadas al centralismo. 

Paco Moncayo nos señaló con lujo de detalles como, durante su gestión como alcalde, Quito se transformó. A través de la aplicación efectiva de la Gobernanza, la Planificación Estratégica y la Gestión por resultados, la municipalidad integró al sector público con la academia, el empresariado y la sociedad civil y los hizo participes de un proyecto de rescate de la ciudad colonial quiteña, la más grande de América Latina. Con gráficos e ilustraciones, Moncayo mostró resultados palpables en términos de recuperación del espacio público, ordenación urbana, legalización del trabajo informal y combate de la inseguridad; el antes y el después de una ciudad que ha ganado en términos de memoria histórica, identidad y autoestima pero también en ingreso y bienestar social: este año Quito recibirá 700 millones de dólares sólo por concepto de turismo. 

Paul Bromberg, sagaz físico con formas discursivas antipolíticas, nos narró su experiencia como alcalde transitorio de Bogotá, cargo que ocupó tras la renuncia de Antanas Mockus, de quien fue colaborador estrecho. La gestión Mockus-Bromberg, continuada por sus sucesores, se basó en la recuperación del fisco y la consolidación de un extensísimo programa de cultura ciudadana. Sin dinero, su principal promesa de campaña fue cobrar más impuestos y lo hicieron. Y con la recuperación de las finanzas municipales, emprendieron un agresivo proyecto de ordenamiento territorial, creación de espacios públicos y promoción de la conciencia e identidad ciudadanas. Sus éxitos se extraen de todas las áreas: más educación y de mejor calidad; servicios de salud de primera; niveles de inseguridad bajados de 120 (1994) a 20 (2006) homicidios por cada 100.000 habitantes. 

Senovio Nilo López, el actual regidor de Lima Metropolitana, atiborró su presentación de fotografías ilustrativas de dos momentos de una misma ciudad. Vialidad, recuperación de espacios públicos y programas sociales de avanzada presentan una gestión que le ha lavado el rostro a la ciudad. Lima cuenta incluso con clubes sociales – con piscinas incluidas - ubicados en las faldas de los sectores más populares y abiertos a ellos. 

Y como si no fuera suficiente, el secretario de Planeación de Medellín Carlos Jaramillo, nos presentó magistralmente los logros de una gestión fundada en la premisa de “a los más pobres, lo mejor”. Jaramillo hizo un constante paralelismo entre Medellín y Caracas, ciudades que comparten similares topografía, clima, demografía, disponibilidad de espacio e incluso problemas y oportunidades. La municipalidad nos mostró sus planes banderas. Desde el 2004, desarrollan una interesante estrategia de Presupuestos Participativos a la cual han comenzado a asociar a Planes de Desarrollo Local con visión de mediano plazo. Desde ese mismo año, han emprendido con el apoyo del Banco Mundial un proyecto de Gestión orientada por resultados y con el apoyo de la Universidad de Antioquia, un Observatorio de Políticas Públicas. Y gracias a la rigurosidad y el profesionalismo, Jaramillo pasó a mostrar resultados, de los que llegué a tomar apunte de la reducción significativa de la tasa de homicidios: de 184 por cada 100.000 mil hace menos de una década a 27 por cada 100.000 el año recién pasado. 

Municipios grandes asentados en metrópolis, con poblaciones concentradas, con amplias proporciones de ellas marginadas y excluidas, con agobiantes problemas de seguridad, convivencia ciudadana, espacio público, salud, educación, economía informal, transporte, vialidad, etc., hoy muestran resultados efectivos y avance significativos. Estas experiencias nos refuerzan la convicción de que es posible transformar la ciudad. Caracas puede hacer algo parecido. Tiene experiencias que consultar y, por encima de ello, tiene el acervo de capital social e intelectual necesario para emprender proyectos propios. Sin duda, Caracas tiene capacidad de gestión. 

Pero a Caracas le falta voluntad política. Separados por la diatriba asfixiante, hemos subsumido todo a la polarización Chávez-centrista. Nuestros dirigentes políticos y gobernantes de distintos niveles de gobierno son incapaces de ponerse de acuerdo para resolver los problemas estructurales que nos afectan. Los problemas se reproducen y crecen ante la acción parcial e insuficiente de los responsables. 

Hoy tenemos ciudad sin ciudadanos como hace doscientos años tuvimos república sin republicanos. Y en ese círculo vicioso hemos caído: ciudadanos escasamente preocupados por la ciudad votan por candidatos que, tutelados por los bandos en disputa, desconocen de gestión eficaz y desde las alcaldías reproducen incesantemente los fracasos que hemos vivido en los últimos años. Un ciclo que sólo podría romper una irrupción masiva de movimientos comunitarios, civiles y privados que exijan buen gobierno y ofrezcan participación ciudadana. Sólo una gran coordinación de iniciativas ciudadanas sería capaz de ·”sacudir la institucionalidad”, tal como lo exigió Calderón en el discurso que dio cierre al evento. 

A fin de cuentas, todos los ponentes tuvieron una gran coincidencia, que es lección pero también llamado a la acción: una gran transformación sólo es posible cuando se juntan y empujan en una misma planificada dirección gobernantes, funcionarios y ciudadanos. Y, como es usual al menos en la política democrática, es más razonable esperar la iniciativa de los últimos y la reacción de los primeros y los segundos. 

Carlos Miguel Rodrígues
11 Oct. 2009



6.10.09

Las Guerras de Michael Klare

Hace ya algo más de un mes que he terminado de leer el afamado “Guerras por los recursos”. Nada demasiado espectacular. Tesis simples bien sustentadas y justificadas, en ocasiones hasta el exceso. Un libro sensación en los medios académicos vinculados a las Relaciones Internacionales el que ha escrito Klare con el objeto de desarrollar la hipótesis de que las guerras del futuro inmediato estarán determinadas, de manera principal y estructural, por la búsqueda, posesión y aseguramiento de las fuentes de recursos naturales indispensables para la vida humana.


A pesar del atractivo de su tesis, Klare no le restará importancia al sustrato étnico, cultural-civilizatorio, religioso e incluso ideológico y político que existe y seguirá existiendo en la motivación efectiva de muchos conflictos armados. La tesis de Klare no es de tal forma determinista. El autor se limita a alegar que estas dinámicas estarán supeditadas a la nueva lógica del sistema internacional, fundada en la creciente importancia del poderío industrial y de las dimensiones económicas de la seguridad. De esta forma, reserva a la lucha por los recursos la condición de principio rector del nuevo entorno internacional post-guerra fría y lo superpone a tratados tan publicitados como el choque de civilizaciones de Samuel Huntington, el ingobernable estado de anarquía y desorden de Robert Kaplan o la primacía de los asuntos suaves de agenda bajo el influjo de la globalización económica, postulada y defendida por la escuela neoliberal.


Klare se da a la tarea de construir un triángulo estratégico que defina la ecuación de los recursos y que explique su condición de fuente de tensiones internacionales. En esta piramide del desastre mundial, el primer vértice está conformado por el crecimiento incesante y vertiginoso de la demanda de recursos a escala mundial. Se trata de un ritmo insostenible basado en el crecimiento demográfico y la extensión de la industrialización. Hay más personas y las personas quieren vivir mejor, con la natural consecuencia de un ritmo frenético del ciclo depredación-producción-consumo que pone en riesgo la subsistencia humana.


Al lado y como consecuencia de una demanda insaciable, han comenzado a aparecer carestías significativas en la disponibilidad de algunos recursos. De acuerdo a un estudio de comienzos de siglo realizado por el Fondo Mundial para la Naturaleza, entre 1770 y 1995 la tierra perdió cerca de un tercio de la riqueza natural disponible. En particular, los hidrocarburos y el agua están sensiblemente tocados por las posibilidades de agotamiento, que sólo hacen más inclemente la competencia por el aseguramiento de las reservas.


Por último, el triángulo se cierra con el factor explosivo: las localizaciones de muchas fuentes o yacimientos clave están compartidos entre dos o más países, o se hallan en regiones limítrofes disputadas de las zonas económicas exclusivas. Cuando los Estados agoten sus reservas internas, pretenderán posesionarse de aquellas que poseen en común, con las graves consecuencias que ello podría traer.


Orientado por estas tres premisas, el autor desarrollará una caracterización de las posibles zonas de conflicto inminente, dándole contenido concreto al principio según el cual “la historia humana se caracteriza por una larga sucesión de guerras por los recursos”. A lo largo del texto, Klare detallará las tensiones explosivas que rodearán la competencia por la posesión, dominio y aseguramiento de las fuentes petrolíferas y sus zonas de paso, las masas de recursos acuíferos, los diamantes, el oro, los minerales de utilidad productiva y la madera de construcción. En estas disputas y conflictos, se verán involucrados una infinidad de Estados, además de las conflagraciones que son susceptibles de desatar dentro de cada unidad nacional, entre diversos actores en disputa por el control político. Un panorama bastante oscuro, que redefine el mapa del conflicto internacional ahora en torno, no a dos grandes bloques de Estados y sus zonas de interés geopolítico sino a las zonas de reserva de recursos y su interés geoeconómico.


Sin embargo, al final del texto, Klare intentará atemperar en cinco páginas la gravedad que expuso en doscientos setenta. Propondrá una estrategia para adquirir y administrar los recursos escasos y valiosos sobre la base de un sistema de cooperación internacional. Bajo este sistema, instituido sobre la base de instituciones internacionales sólidas, se desarrollaría una política de distribución equitativa de las existencias mundiales en situación de carestía aguda junto a un programa coordinado de investigación en busca de soluciones sustitutivas. Klare no cae en dubitaciones: o seguimos por el camino de la competencia cada vez más intensa por los recursos, que nos lleva a estallidos periódicos de la conflictividad, o elegimos la gestión de las reservas mundiales mediante un régimen cooperativo. Esas son las opciones de nuestro siglo XXI. Aleia jacta est.



Carlos Miguel Rodrígues
05/10/2009

Portugal: Forjando Alternativas

En estos días abundan los temas noticiosos sobre los cuales valdría la pena escribir y, como precondición para hacerlo con sentido, reflexionar. Quizá no sea un rasgo peculiar de estos días. En un mundo que vive de la instantaneidad de la noticia, convertida en acto reflejo de las agencias de prensa, la información se ha convertido en sinónimo de vida. Una somera revisión por el “minuto a minuto” de los sitios web de las grandes cadenas informativas nacionales o internacionales nos confirma que, efectivamente, minuto a minuto es tomado en su sentido más literal y, en cuestión de una hora, podemos encontrar cuarenta o cincuenta notas de prensa que nos hacen olvidar las de hace apenas media jornada.

Sin embargo, el compromiso adquirido con anterioridad me impele a remontar una semana cargada de hechos y sucesos para mirar al domingo 27 de septiembre. Un mundo completamente distinto desde el punto de vista de las agendas informativas el de hace solo una semana, cuando el Partido Socialista venció en las elecciones legislativas portuguesas y renovó la legitimidad democrática de José Socrates, primer ministro por cuatro años más. Al comentar las elecciones alemanas del mismo día supe que mis posteriores referencias a Portugal estarían cargadas de repeticiones irreflexivas: los paralelismos saltan a la vista y reafirmarlos es el objetivo de este artículo.

Vale la pena meditar sobre los resultados electorales, que dan para cualquier cantidad de conclusiones. El Partido Socialista obtuvo la mayoría simple de los votos. Con su 37%, muy lejos quedó de la mayoría absoluta conquistada cuatro años antes, cuando la debacle de su principal rival - el Partido Social Demócrata - le sirvió en bandeja de plata las esperanzas de la mitad de los portugueses. Precisamente, los socialdemócratas – que paradójicamente al igual que sucede en Brasil no creen en la socialdemocracia y se ubican en la centroderecha, más cerca del PP que del PSOE – fueron de la preferencia de un 29% de los electores. Ambos, los dos partidos-núcleos de la política portuguesa, sólo sumaron dos tercios de los votos.

Evidentemente el voto se disgregó, un fenómeno similar a lo que ocurrió en Alemania. Ante esto, muchos se atreven a proclamar el fin del bipartidismo y el comienzo de un multipartidismo moderado: los otrora partidos pequeños se convierten en actores medianos de un proceso político que permitirá escuchar más voces y exigirá mayores niveles de negociación.

En esta onda, los portugueses le han dado un leve progreso electoral – 10% - y una veintena de diputados al Centro Democrático Social, el partido más a la derecha de los electoralmente significativos. Muy cerca ha tocado la campanada de las elecciones. El Bloque de Izquierda (BE) ha casi duplicado su número de votos y diputados y ha registrado el mayor éxito electoral frente a 2005 de los partidos participantes. Con 16 diputados y un 9.6%, al BE le quedó la desazón de no haber conquistado el perfilado puesto de tercera fuerza política del país. Finalmente, una mezcla de comunistas y ecologistas ha sido liderada por un viejo dirigente político y han aumentado también su caudal electoral. El 7, 8% de los portugueses han votado a la opción, nominalmente, más a la izquierda de la contienda.

A estos resultados se les han impuesto una ya amplísima cantidad de interpretaciones. Como en todos los países, cuando los ciudadanos terminan de ejercer la democracia del voto, los especialistas - políticos o académicos - dan rienda suelta al ejercicio inclemente de la democracia de la opinión. Con la ventaja de que en Europa no existe el prurito de llamar izquierda a lo que tal cosa es y derecha a lo que se expresa políticamente en esos términos. Afortunadamente, los europeos no tienen el problema latinoamericano de convivir con una amplia serie de dirigentes tecnocráticos que, no conformes con negar su origen ideológico, le restan vigencia a las diferencias “trasnochadas” entre izquierda y derecha. En Europa se entiende que la política y la técnica conviven y se complementan; han superado ya el déficit intelectual de jugar a la antipolítica como el más eficaz ejercicio político.

Por mi parte, ajeno al rango de especialista, me conformaré con sentar sobre un diagnóstico crítico mi deseoso interés de ver a Portugal gobernada por una amplia coalición de izquierda, que sea capaz de unir en un solo proyecto de transformación social las distintas miradas que buscan integrar una distribución más justa de la riqueza a un régimen democrático más participativo.

Precisamente, el voto progresista portugués ha sido mayoritario. Desde la revolución de los claveles y el fin del protofascista régimen del Estado Novo, el Partido Socialista ha sido la fuerza política más solida y consistente del país. Socialistas y comunistas participaron activamente en el derrumbamiento de la dictadura y juntos construyeron un régimen constitucional que se integró rápidamente a la Comunidad Europea y que ha sacado grandes beneficios de su vocación europeísta. En razón de la heroica aura que le rodea, el Partido Comunista ha mantenido una fuerza política – sobretodo sindical – que le ha permitido sostenerse a pesar de su moratoria en asumir una renovación programática. Finalmente, una fuerza política joven como el Bloque de Izquierda – nacida en 1999 – ha entrado al debate político de lleno y ha conquistado espacios importantes de poder, capitalizando un discurso que exige de la política más ética y de la economía más equidad.

Juntos, los partidos progresistas han conquistado casi el 55% del voto popular. Algo común en Portugal, donde lo exigido por Ségolene Royal se ha logrado: convertir la mayoría progresista que existe en la opinión de los europeos en mayoría también en sus votos.

Sin embargo, en estos últimos cuatro años, los portugueses han notado que no son matizables las diferencias que existen entre los integrantes de esta mayoría. El gobierno de Socrates se ha caracterizado por su timidez. El estructural déficit en cuentas públicas, dejado por Durao Barroso en niveles exorbitantes, exigió del gobierno socialista disciplina fiscal y reducción del gasto público. Los socialistas han defendido políticas neoliberales que le han ganado la aversión del Bloque de Izquierda, al punto de convertirlo en el partido más duramente crítico de la administración Socrates en la recién finalizada campaña electoral. Por su parte, BE y PC han jugado a radicalizar sus posturas y han entrado en luchas intestinas por conquistar el descontento de izquierda frente al gobierno socialista. Han repetido la historia de lucir como una izquierda irresponsable, sabiamente crítica pero inevitablemente opositora.

La campaña levantó la tirantez y las heridas están frescas. El domingo, cuando Socrates daba su discurso de victoria, todos sabían que lo obvio – una alianza con sus partidos más cercanos – no era opción real. Durante la campaña y en particular cuando la demoscopia arrojaba empate técnico entre el PS y el PSD, Socrates extendió la mano al Bloque de Izquierda y le hizo recordar que, cuando el PS se debilita, la derecha se fortalece. La inmadurez no dio para entender que los socialistas pueden actuar ocasionalmente - obligados por las circunstancias - como neoliberales, pero que los neoliberales actuarán siempre como tales. Afortunadamente, el carisma de Socrates y el escándalo de montaje mediático que involucró a los socialdemócratas, salvó la partida y evitó que un gobierno progresista pagará con su salida del gobierno los defectos de un sistema que siempre ha propuesta transformar.

Evidentemente y al igual que ha sucedido en Alemania, hoy los progresistas portugueses no se imaginan juntos. Pero el escenario pudiera facilitarles el trabajo. Vienen cuatro años difíciles, con una oposición de derecha concentrada en volver al poder y un gobierno asediado, con una estrecha salida que le conduce a negociar con su ala izquierda. A ello deberá apostar Socrates, quien ha propuesto de manera genuina un programa de mayor alcance social, centrado en superar la crisis. Junto a su partido, el Bloque y los comunistas entrarán al parlamento de lleno, con la consabida obligación de ser más políticamente responsables. El panorama les obliga a sentarse y la madurez les instará a acordar, con lo que, quizá, podríamos ver nacer, crecer y florecer la alternativa de un frente políticamente sólido, forjado alrededor de un Portugal y una Europa más social. No es cuestión de hecho fácilmente realizable, pero nadie ha dicho que hacer política desde las convicciones progresistas lo fuese.

Carlos Miguel Rodrígues
04/10/2009

28.9.09

Merkel Vence; La Izquierda Convence

Este recién pasado domingo alemanes y portugueses han votado. En Alemania se ha elegido un nuevo Bundestag (parlamento) y, mediante la votación por parlamentarios, al canciller y al gobierno federal. En Portugal casi lo mismo: se votó por diputados mediante los cuales se decidió el nuevo ejecutivo portugués. De los resultados arrojados por estos comicios se pueden desprender muchas conclusiones y con entera probabilidad durante estos días las columnas de opinión de los diarios europeos estarán llenas de análisis entorno al tema. El País de España, caracterizado por la calidad de sus editoriales y reportajes especiales, será para el interesado de ineludible consulta.

Sin embargo, y sin pretender entrar a rivalizar con lo que en Europa se publique y diga sobre el tema, me atreveré a brindar un par de posiciones prospectivas sobre lo que trae e implica uno de estos resultados. Me referiré en este artículo a Alemania, por una simple elección al azar. Sobre Portugal hablaré en artículo sucesivo.

Merkel y la Democracia Cristiana han ganado como predecían las encuestas un ticket para hacer gobierno por cuatro años más. Con un no muy exorbitante 34%, Merkel ha demostrado que la CDU es la minoría más grande y el partido histórico más solido y consistente de Alemania. Desde los tiempos de Adenauer, la CDU en compañía de su socio la CSU (socialcristianos) y con aliados circunstanciales cuando no por mayoría absoluta, ha gobernado largos periodos de la vida democrática de Alemania. En segundo posición, el SPD (socialdemócratas) ha pagado caro su incapacidad de renovarse y la factura que su voto progresista le ha pasado a cuatro años de políticas neoliberales como socio menor de la Gran Coalición. El SPD, antiguo partido de los sindicatos y las clases medias progresistas, no ha podido conectar con la juventud y ha sido arrollado. Con apenas 23% de la votación, ha registrado su peor resultado desde 1945. Su candidato ha reconocido la profundidad de la crisis y ha llamado a una profunda renovación interna, que promete entre otras cosas la reconstrucción programática del partido, el de mayor historia en la socialdemocracia europea, origen de la II Internacional, miembro principalísimo de la Internacional Socialista y promotor fundamental de los programas de cooperación de la Fundación Friedrich Ebert.

En tercer lugar, el partido liberal ha ganado un amplio terreno, ha rozado el 15% de los votos y le ha abierto la puerta al tan añorado por Merkel gobierno de centroderecha. Los Verdes (tradicionales aliados del SPD) han obtenido un respetable 10% al captar parte del descontento hacia la socialdemocracia además de sus ya tradicionales bases ecologistas. Sin embargo, por debajo de este aparente movimiento hacia la derecha del voto alemán y de su ahora nuevo gobierno, ha aparecido el fenómeno más importante de la jornada y al que quiero prestar especial atención. Die Linke (La Izquierda) ha dado un gran salto electoral – el más importante entre los partidos participantes - y ha sumado el 12% del voto popular, muy cerca de la derecha liberal. La decepción ante la socialdemocracia ha fortalecido a esta coalición de ex comunistas y disidentes del SPD, que ha puesto en la escena de la política alemana una figura fresca y un tono ético. Su propuesta electoral ha sido atractiva y ha ganado terreno entre los jóvenes quienes, ante el creciente desempleo y la profundización de las brechas sociales, han cruzado miras de la extrema derecha a la izquierda.

Sin duda, Alemania será gobernada cuatro años más por una Merkel más a la derecha, sin la presión de tener a la socialdemocracia en casa. Pero ello no le resta importancia al hecho de que La Izquierda ha ganado fuerza electoral y ha obtenido representación parlamentaria, desde la cual generar propuestas y visibilizar alternativas. Un partido que no solía pasar del 5% - mínimo para ingresar al parlamento - y cuyo núcleo electoral permanecía atado a la población de mayor edad del Este, ha vivido un interesante proceso de redefinición y ampliación y se ha convertido en una fuerza política con presencia nacional y espacios de poder propios.

Con la natural previsión de un gobierno con mayor acento liberal, dispuesto a sacrificar al Estado de Bienestar por resguardar la competitividad económica y convencido de que la crisis del mercado se soluciona con más mercado, Die Linke tiene un espacio político amplio para generar organización política propia. Muy lejos están partidos como el Comunista Francés o la Izquierda Unida española de un partido que – como Die Linke – busca trascender el mero “reaccionarismo” que aquella izquierda tradicionalista y conservadora ha hecho su sello de presentación.

Junto al fortalecimiento de la izquierda alemana, la crisis del SPD alberga un profundo potencial de renovación que no se puede minusvalorar. En el partido de Willy Brandt siempre han existido dos alas, una más tirada a la izquierda y la otra más hacia el centro. Desde el derrumbamiento del Muro de Berlín pero más aún desde la victoria de Schroeder, se ha impuesto sucesivamente el ala centro, que ha llevado al partido a quitarle color a sus banderas históricas y acceder a ciertas concesiones sobre conquistas sociales antes férreamente defendidas. Hace un par de años y ante el desgaste de la lucha interna, un grupo de dirigentes del partido, capitaneados por el reconocido Oskar Lafontaine, han renunciado a su militancia y han pasado a conformar Die Linke. Sin embargo, aún permanece un gran núcleo de izquierda reformista en el SPD que, ante el fracaso evidente de la dirigencia centrista, podría hacerse del liderazgo de la agrupación política en el próximo Congreso. Con ello, podrían abrirse inmensas oportunidades de acercamiento con La Izquierda y hacerse más asequible lo que para estos comicios fue impensable: Una gran coalición de izquierdas en el gobierno federal entre el SPD, Die Linke y los Verdes.

La única experiencia de gobierno que unió a socialdemócratas y socialistas fue el gobierno provincial berlinés, hace ya algunos años. Esta fracasada gestión demostró que existían diferencias profundas e insalvables entre ambos partidos. En aquel momento, el predecesor de La Izquierda – Partido del Socialismo Democrático – demostró la inmadurez política propia de una agrupación que no había tenido experiencia de gobierno y que, con la pretensión de venderse como coherentes políticamente, persistía en un programa maximalista basado en el dogmatismo de asumir como derechas igual de condenables a la socialdemocracia y a la democracia cristiana.

Evidentemente, las actuales circunstancias son totalmente diferentes. Frente a un gobierno que apostará a más desregulación y menos redistribución del ingreso, el SPD, Los Verdes y Die Linke deberán hacer frente común en multiplicidad de ocasiones. Encontrarán en la lucha puntos de encuentro entre sí y puntos de desencuentro con la derecha. Ello podría conducir a la construcción de las circunstancias para que el SPD se sienta más cómodo haciendo gobierno con Die Linke que con la CDU y para que Die Linke prefiera hacer gobierno con la socialdemocracia que permanecer en la oposición. Para que ambas cosas lleguen a conjugarse, la socialdemocracia debería aprobar su revisión y apostar a retomar sus raíces profundamente progresistas. Por su parte, Die Linke debería profundizar sus esfuerzos por madurar políticamente y abandonar el infantilismo extremista. Son tendencias que están en ciernes y que, de concretarse, abonarían el terreno para los acuerdos.

En cualquier caso, es innegable que más que un análisis, estas ya largas palabras han estado cargadas de deseos. Y aunque aspirar no es condenable, la realidad no está construida siempre sobre aspiraciones. De la realidad alemana a partir de este 27 de septiembre dependerá que lo dicho tenga más o menos éxito predictivo. A la primera opción, consecuente con una Alemania y una Europa más social, lanzo ya mi apuesta.

Carlos Miguel Rodrígues

28 Sept. 2009

Greenspan, Mercado y Crisis Financiera

En días recientes he concluido la lectura de las memorias de Alan Greenspan, ex presidente de la Reserva Federal (Fed) entre 1987 y 2006. Sin duda un gran libro tanto por la calidad de su contenido como por la significación personal de su origen. Tiene el sello de toda autobiografía, llena de anécdotas personales. La mayoría de sus páginas las encomienda Greenspan a reflexionar sobre su vida profesional con especial dedicación a su paso por la Reserva Federal, por mucho el empleo más importante de su dilatada trayectoria.

La Fed es el equivalente norteamericano de nuestros Bancos Centrales y, como ellos, rige, controla y supervisa la política monetaria. Se trata de un organismo con una amplia autonomía funcional, garantizada a través de un estatuto vigente desde 1935. Su definición institucional cuenta con una serie de mecanismos que buscan resguardarle de las influencias del proceso político. Su Junta Directiva está compuesta por siete miembros, uno de ellos el Presidente. Aunque todos son nombrados por el Presidente de los Estados Unidos, sólo el Presidente de la Fed tiene un corto período de 4 años; los demás miembros ocupan sus cargos por 14 años. Y aunque periódicamente debe rendir cuentas al Congreso, la Fed genera y administra su propio presupuesto a partir de los beneficios reportados por los bonos del Tesoro y demás activos que posee.

Bajo el titulo de “La Era de las Turbulencias. Aventuras en un nuevo mundo” y a lo largo de 550 páginas, este reconocido estudioso de la economía hace un tránsito sobre las distintas etapas de su larga vida, para luego, apostado en el presente, reflejar sus posiciones y reflexiones en torno a una amplia diversidad de desafíos que agobian nuestros tiempos. Este aspirante frustrado a beisbolista y saxofonista nacido en el Nueva York de los años 20 hace gala de su superior intelecto e impecable manejo de información y datos duros para sustentar su tesis central: siempre, bajo cualquier condición o circunstancia, el mercado es más eficiente para distribuir recursos, generar riqueza y crear bienestar que la intervención pública o la planificación estatal. Si al mercado se le brinda un adecuado contexto que incluya un vigoroso Estado de Derecho y una irrestricta protección de la propiedad privada y se le libra de la agobiante y perjudicial intervención estatal, logra compaginar el beneficio individual con el beneficio social. No es casual que una de las frases más repetidas por Greenspan sea la famosa paradoja de Friedman: “las sociedades que privilegian la justicia y la anteponen a la libertad, terminan por perder ambas”.

A pesar de su sólida convicción pro mercado competitivo y a su adscripción política republicana, que incluye el apoyo a la introducción de mecanismos de mercado en la seguridad social, la atención sanitaria y la educación primaria y secundaria, Greenspan no niega una muy fraccionada parte de razón a sus contrincantes. El capitalismo competitivo, en su vertiginoso movimiento ascendente, redirige constantemente el capital en función de los cambiantes incentivos para la inversión. Se trata del maravilloso pero estresante proceso de “destrucción creadora”, por medio del cual el capitalismo genera bienestar y riqueza pero también vértigo y presión.

A través de la destrucción creadora, el capitalismo elimina los bolsones de producción poco rentable y redirige esos recursos, físicos, de capital y humanos, a nuevos sectores más productivos y de mayor valor agregado. Este provechoso y permanente proceso es susceptible de generar malestar por la sencilla razón de que uno de sus elementos es doloroso: la destrucción. A través de ella, trabajadores pierden sus empleos, empresas quiebran y economías nacionales se rezagan frente a sus competidores extranjeros. Y tras esto, está una mayor exigencia de profesionalización para estos nuevos desempleados, de mayor capacidad financiera para los empresarios caídos en desgracia y de mayor competitividad para esas economías. Sin duda un proceso agobiante; una competencia eterna en la que debemos estar permanentemente revisándonos y mejorando, sino queremos ser dejados atrás por la rueda indetenible de la innovación.

Greenspan reconocerá este proceso en su forma más nítida y acabada en el sistema financiero. A lo largo de su mandato en la Fed, Greenspan debió enfrentar el mayor desplome de Wall Street para una sola jornada – el lunes negro de 1987 - y la profunda crisis de las puntocom en el año 2000. En el exterior, debió presenciar y, en alguna ocasión, ayudar a solventar las crisis mexicana de 94, la surasiática del 97 y, originada por esta, la del rublo ruso un año después. Sin embargo, nada de esto le hizo perder la fe en el mercado financiero libre de regulaciones. Hoy, tras el derrumbe financiero más costoso de la historia, Greenspan insiste en su dogma. En recientes declaraciones a la BBC alertó sobre el peligro del proteccionismo y reiteró que el peor error que podría cometerse en los actuales momentos sería reforzar excesivamente la capacidad reguladora gubernamental, hasta llegar al punto de convertir al mercado de acciones, bonos y derivados financieros en un anquilosado sistema de procedimientos legales. De esta forma, perdería su naturaleza y sentido, asociados inseparablemente a la libertad de movimientos y la agilidad de los trámites.

En realidad, Greenspan y muchos otros fanáticos de la Escuela de Chicago tienen la firme creencia de que la actual crisis no se debió a un fallo del mercado. Aunque por décadas insistieron en el fin de las regulaciones, hoy encuentran la causa de la crisis en una defectuosa regulación gubernamental. Con el mayor desparpajo insinúan – decirlo cruda y directamente sería políticamente incorrecto en estos días – que no se puede culpar al mercado financiero de cumplir con su razón de ser y ajustarse a sus fines: es la naturaleza del mercado financiero la especulación acelerada y la persecución desaforada de altas tasas de ganancia al corto plazo. En todo caso, el mercado respondía sensata y racionalmente al boom del mercado inmobiliario. No era responsabilidad de los inversionistas como Lehman Brothers o AIG resguardan la estabilidad general del sistema financiero; ellos deben buscar su beneficio y el que asuman grandes riesgos es más bien loable que condenable. A todas luces, el riesgo es el motor de la economía y la prosperidad. Para resguardar y proteger al conjunto del sistema existen reguladores públicos. Con ello, estos adalides de la libertad terminan demostrándonos que, nuevamente, la culpa es del Estado.

Sin embargo, así como hace veinte años era palabra sagrado la predica neoliberal, hoy se está abriendo en el mundo la idea – relanzada en Pittsburg con un G-20 más sólido y con más funciones - de que necesitamos algún arreglo mixto, que coloque la mirada pública sobre la invisible mano smithiana. Bajo el influjo de estas nuevas ideas, muchos han señalado a Greenspan como uno de los responsables del desastre. El boom inmobiliario y la introducción masiva de títulos subprime – posesiones tituladas de baja calidad, caracterizadas por un alto riesgo asociado a un alto beneficio – se iniciaron bajo su Presidencia en la Fed. Frente a estas peligrosas tendencias, Greenspan no actuó preventivamente: al final de su libro, deja claro que durante sus casi veinte años en la Reserva Federal, entendió que la mejor acción era, en la gran mayoría de los casos, la omisión.

Criticado o alabado, sobre Greenspan siempre habrá, como sobre casi todos los hechos, personajes y acciones, dos visiones. Theotonio Dos Santos, en “Del Terror a la Esperanza”, critica a Greenspan por su incapacidad para deslastrarse del fetiche neoliberal de la inflación y le niega el renombrado título de “gurú” económico. El diario de la derecha española El Mundo se lo reasigna mientras que The Economist y The New York Times celebran las reflexiones de su libro como expresiones de un genio excepcional. A fin de cuentas, su posición ante la posteridad estará ineludiblemente vinculada al resultado de esta convulsionada redefinición de la política económica que estamos viviendo. A ella nos remitiremos.

Carlos Miguel Rodrígues

27 Sept. 2009

8.9.09

Los Blackberries en la Venezuela Socialista

En Venezuela vivimos una fiebre, peculiar y a la vez común. Peculiar porque la hemos llevado a niveles excepcionalmente altos; común porque forma parte de una tendencia global. Se trata de la fiebre del Blackberry. Esta línea de dispositivos móviles inteligentes y multifuncionales ha sido desarrollada por la canadiense Research in Motion (RIM), empresa fundada en 1984 y actualmente consolidada como vanguardia en soluciones aplicadas para las nuevas tecnologías de la comunicación y la información. En el sitio web oficial de Blackberry nos recibe una frase simple pero poderosa que hace las veces de slogan publicitario: Enhance your life with a Blackberry Smartphone (Realce su vida con su teléfono inteligente Blackberry). Pocas veces resulta tan evidente la eficacia de un slogan como en este caso. Es precisamente “realce” lo que buscan la mayoría de los compradores del dispositivo.

Gilberto Dupas, un respetable estudioso brasileño de las ciencias de la comunicación y profesor de la prestigiosa Universidad de Sao Paulo, ha citado a Guy Debord en un interesante artículo sobre las tensiones entre democracia y sociedad global de la información. Según Debord, el dominio de la economía sobre lo social, operado a través del surgimiento y consolidación del capital, acarreó la degradación del “ser” hacia el “tener”. Los valores sociales tradicionales eminentemente estamentales – nacimos y morimos “siendo” nobles o campesinos - fueron desplazados por criterios centrados en la propiedad privada propios de la cultura burguesa.
En tiempos recientes, Debord asegura ha operado un nuevo desplazamiento: pasamos del terreno del “tener” al ámbito del “parecer-tener”. Somos lo que, por medio de cualquier vía, logramos parecer tener. Para el autor, este es un efecto lógico del dominio de la sociedad globalizada de la información. Vivimos un proceso de exclusión acelerado de las masas, que no son capaces de acceder a las nuevas tecnologías y son marginados de un creciente mundo de nuevos productos. El reino del efecto instantáneo y de la imagen fugaz amplía aceleradamente el mundo virtual, que progresivamente pasa a ocupar cada vez mayores cuotas de realidad cotidiana. Dupas lo refiere con claridad insuperable: los programas de auditorio sustituyen los tribunales y la vida real, propiciando juicios, procesos de conciliación y reality shows, y garantizan, como en la lotería, la esperanza del rescate de la exclusión mediante la visualización del premio del otro, o del sueño de su minuto de gloria. En esta transición vivimos las consecuencias de la radicalización de la metanarrativa del consumo: el teléfono celular y el internet pasan a ser condiciones esenciales de la felicidad. Sin ellos no somos; no existimos.

Venezuela es parte de estas tendencias globales. Los venezolanos han entrado de lleno en la nueva era de la interconexión digital. Según datos oficiales, en Venezuela hay 26.5 millones de suscripciones a la telefonía móvil. Se trata de un porcentaje cercano al 95% de penetración del mercado, orientado en el corto plazo al 100%. Estas son tendencias que, como explica la CEPAL en un estudio sobre las TIC´s en América Latina, se comparten más o menos en similares proporciones con el resto de la región. Ello en parte se justifica por las deficiencias propias de la red de telefonía fija y el abaratamiento de los precios de los equipos móviles. Sin embargo, lo que en términos económicos resulta inexplicable es la alta penetración del Blackberry en el mercado venezolano, caracterizado por limitantes estructurales del consumo, propios de los países en desarrollo.

El Blackberry fue diseñado para un mercado target bien precisado. Se trata de un equipo dirigido a directivos empresariales de nivel alto y medio, funcionarios gubernamentales, representantes de organizaciones internacionales, en fin, personas que, por la naturaleza de sus funciones, requieren estar permanentemente conectados. Su alto costo no hace más que evidenciar el hecho de que se dirige a un segmento de mercado de alto poder adquisitivo. Una de las ventajas que se asocia al BB, de acuerdo a la reseña promocional del equipo elaborada por RIM, es su capacidad de adaptabilidad: el BB puede rediseñar sus funciones de acuerdo a los requerimientos de la empresa o individuo que lo adquiera. En general, RIM lo define como un equipo que satisface necesidades laborales, no un dispositivo de entretenimiento. La empresa destaca más la posibilidad de acceder a documentos electrónicos y modificarlos que la resolución de su cámara. Las preguntas ineludibles son ¿Por qué en Venezuela se venden tantos BB? ¿Es nuestro país un país de altos ejecutivos empresariales? ¿Puede cualquier versión vieja o nueva del socialismo prosperar en una sociedad de este tipo?

En términos sencillos, la explicación de esta avidez venezolana por los BB es simple y radica en lo que los economistas llaman “disposición subjetiva del consumidor”. Para sus compradores, el BB satisface una necesidad: la necesidad de status social. Sus consumidores, en su mayor proporción, no requieren las funciones del equipo; lo adquieren por la satisfacción adicional que les proporciona. Movistar, Digitel y Movilnet han emprendido ya una dura campaña para cubrir con una oferta competitiva, una demanda creciente. Sin duda, Milton y Rose Friedman se mostrarían sorprendidos e impugnados por la escasa racionalidad del consumidor venezolano. Las explicaciones de librito del limpio funcionamiento del mercado se derrumban ante una Venezuela que consume lo que no necesita y lo hace masivamente. En el mundo de las nuevas tecnologías son los jóvenes los que imponen los patrones de consumo a los más adultos. Han sido precisamente los jóvenes venezolanos los que le secuestraron el equipo a los viejos CEO´s y lo hicieron una moda arrasadora.

Evidentemente, en este juego hay ganadores y perdedores. El primer ganador es Research In Motion. Los números que reporta Venezuela son sencillamente fabulosos. Un país que marcha hacia el socialismo está llenando las arcas de una transnacional canadiense. Tan claro tiene esto RIM que el pasado 3 de septiembre ha realizado en el caraqueño Hotel H.J. Marriot el evento “Blackberry Connect With The Experts” (CWTE), al que fueron convocados directores ejecutivos, gerentes y directores financieros. Esta reunión es la más importante que realizará la empresa en América Latina, región en la que tiene previsto visitar seis países. Por evidentes razones, RIM ha escogido Caracas como el epicentro de su estrategia de negocios para la región. Las operadoras nacionales también están muy contentas. Aunque no han privilegiado sus rendimientos en la venta de equipos, el alto precio de los BB ya es motivo rentable. Los consumidores venezolanos que han adquirido el equipo tampoco tienen quejas: la calidad del BB es innegable. La satisfacción del consumidor – función del status adquirido, generalmente - sólo espolea la demanda más y más.

Sin embargo, en el mercado no todos pueden ganar. La moda del BB ha socavado cualquier posibilidad de inserción en el mercado de otros dispositivos inteligentes de la competencia, en especial del Iphone. Más importante aún ha sido que el consumismo venezolano ha golpeado de revés el rostro de quienes, ya desde hace diez años, intentan construir desde el Estado una sociedad socialista. El Primer Plan Socialista de la Nación (2007-2013) no contempla en ninguno de sus ejes estratégicos el desarrollo acelerado del consumo de equipos digitales de alta tecnología. No se corresponde con una sociedad solidaria el que la distribución de los recursos escasos de una economía privilegie el consumo de este tipo de bienes sobre aquellos de primera necesidad. La magia del socialismo, su ventaja comparativa frente al imperio del capital si se quiere, es precisamente la reconfiguración del circuito de distribución de recursos en función de las necesidades sociales. De esa forma se evitaría que, por ejemplo, profesionales de buenos modales formados como corredores de bolsa hagan pasar de manos en compras y ventas aceleradas de hipotecas, títulos y paquetes accionariales miles de millones de dólares mientras que más de 70 millones de latinoamericanos no vean pasar por sus manos más de un dólar en toda la jornada.

Todo pareciera indicar, en una conclusión arriesgada pero lógica, que Venezuela compagina estrechamente dos realidades que tiran en dirección opuesta: un Gobierno con alguna particular visión socialista y una sociedad con una arraigada convicción capitalista. Aunque evidentemente, no todos en el Gobierno son hechuras de convencidos socialistas; los funcionarios son miembros de la sociedad y también gustan del lujo, siempre acechante cuando se está en el poder. En ese sentido, la profundización y el reforzamiento del compromiso socialista del chavismo podrían conducir a mayores niveles de tensión y confrontación, cuando realidades como estas deban ser revisadas. De otra forma seguirá existiendo esta realidad escindida, en la que intenciones y realidades se repelen como polos magnéticos. Tal vez Bertold Brecht sentó un principio que trasciende su coyuntura cuando en el marco de la revuelta obrera del 53 en Berlín concluyó que, al haber perdido el Gobierno la confianza en el pueblo, era preferible que lo disolviera y eligiera otro.

Carlos Miguel Rodrígues

Jean-Paul Sartre: Compromiso, Libertad y Heterodoxia.

El gran ideólogo demócrata-cristiano Emmanuel Mounier lo calificó como el Lutero de un ateísmo en el que Marx sería el Pablo de nuestro tiempo, apóstol y fundador de la Iglesia. El español Fernando Savater aseguró que se trataba de “la razón social más fuerte de las letras europeas del siglo XX”. El Premio Nobel de Literatura Octavio Paz se mostró impresionado por su franqueza, rectitud y naturalidad tanto como por la agilidad de su pensamiento y la solidez de sus convicciones.

Jean-Paul Sartre nació en Paris en 1905, cuando despuntaba el alba de un nuevo siglo. Sobre su vida personal, muy poco se conoce. Las escasas referencias biográficas son extraídas, en su mayor parte, del opúsculo de Simone de Beauvoir, su compañera de vida. Sartre fue un hombre de ideas y convicciones. El rasgo distintivo de su vida fue la voluntad de actuar a través de la palabra escrita. Desde los 8 años, Sartre vivirá para escribir. De Beauvoir dirá tras la muerte de Sartre que éste se había autoimpuesto el mandato de testimoniar todas las cosas y de tomarlas por su cuenta a la luz de la necesidad; había que recrear al hombre y esa invención sería en parte la obra sartriana. Sartre no quiso que su vida entorpeciera su obra, por lo que redujo la primera a un esfuerzo permanente de edificación de la segunda.

Con ideas profundas y retadoras, Sartre se moverá entre la literatura, la filosofía y la política. La profunda reflexión que suscitó su obra, tanto entre sus contemporáneos como entre las siguientes generaciones, terminó por demarcar tres grandes ideas que, entresacadas de los miles de planteamientos sartrianos, resultan centrales para comprender al autor. Estas serán: en la literatura, su noción del escritor comprometido; en la filosofía, su radical idea de la libertad como valor intrínseco al hombre; en la política, su apuesta por la utopía, el desafío al marxismo ortodoxo y su reivindicación de la extrema izquierda.

Sartre se autodefinirá como un escritor “comprometido”. Lo que caracteriza al escritor, y lo diferencia a su vez del poeta, es su utilización del lenguaje como un instrumento: se sirve de él para explicar y apresar unas determinadas circunstancias. Con la palabra, el escritor nos remite a algo. La palabra no es más que una referencia que tiene por objeto posibilitar el acceso a las cosas. Es una representación del mundo, una imagen de la realidad. Por esta vía, Sartre llega a la concepción de la palabra como cierto momento de la acción por medio del cual denominamos a las cosas. Este acto siempre implica una intención concreta que resalta unos elementos y relega otros. A través del lenguaje, el hombre desarrolla la actividad más esencial inherente a la condición humana: descubre, revela y clasifica la realidad, ello con el claro objeto de orientar su transformación. El escritor, a fin de cuentas, resulta el profesional encargado de revelar las posibilidades de transformación de la realidad humana. Sartre es claro: “la función del escritor consiste en obrar de modo que nadie pueda ignorar el mundo y que nadie pueda ante el mundo decirse inocente”. En la raíz de tal idea está la abnegada labor literaria de Jean-Paul Sartre.

Gran parte de la obra literaria sartriana tiene fuertes implicaciones filosóficas. Sin embargo, la obra maestra de la filosofía sartriana no será literaria. En el Ser y la Nada (1943) expondrá con más detalle lo que será su mayor preocupación intelectual: la temática de la libertad y su vinculación con el compromiso, la elección y la responsabilidad. Para Sartre, la libertad está inextricablemente unida al compromiso. Sólo el hombre libre puede comprometerse, sólo el hombre comprometido puede llegar a ser libre. Una vida sin compromisos es una vida desarraigada.

La libertad es característica de la humanidad. Sólo el hombre puede llegar a ser libre porque sólo él puede, en sentido estricto, elegir. El hombre debe escoger un camino; debe elegirse a sí mismo y definir su proyecto. En ese sentido, el hombre libre es el que ha elegido y asume su elección. Mientras no recorremos un camino elegido libremente no somos libres, más aún, no “somos”. Vivimos pero no existimos. En consecuencia, la libertad no significa la apertura a un mundo infinito de posibilidades. Por el contrario, se trata de un mecanismo de cierre: elegimos un solo camino y nos identificamos existencialmente con él. Sin embargo, Sartre atemperará el carácter radical y absoluto de su libertad al contrastarlo con la existencia de los otros y la presencia permanente de nuestro pasado. Los otros limitan nuestra libertad al convertirnos en objetos: sus miradas nos convierten en cosas, sus proyectos nos transforman en instrumentos. Nuestro pasado también obstaculiza la pureza de nuestra elección. Lo que hemos hecho antes condiciona nuestras posibilidades presentes.

Finalmente, Sartre asume la más profunda limitación a nuestra libertad. Se trata de la facticidad, de la situación, de la realidad circundante. El autor, en una genial descomposición de argumentos, concluye que tal limitación es inexistente. A fin de cuentas, somos nosotros, al definir nuestro proyecto, los que le damos sitio, relevancia y alcance a lo fáctico. Dependerá a fin de cuentas de nuestra libertad el papel que cada cosa y situación jueguen en nuestro proyecto. No son situaciones dadas; las reconstruimos y redefinimos dándoles el carácter que deseamos. Por esta vía llega Sartre a la conclusión más radical de sus propuestas: el hombre es un ser responsable. Nada puede excusarle de asumir la responsabilidad por sus actos y omisiones.

Políticamente, Sartre se involucrará en distintas polémicas. Desde la redacción de Los Tiempos Modernos, expresará sus feroces críticas contra la guerra en Argelia, la invasión soviética de Hungría y la política interna francesa. Desde joven, se presentará cercano al marxismo. Sus vivencias personales al lado de la clase proletaria le harán idealizarla como sujeto revolucionario. Su compromiso político se expresará permanentemente por una opción radical de transformación social. Hijo del marxismo, cuestionará radicalmente su fosilización y estancamiento, ejemplificados en la Unión Soviética. En lugar de una comunicación fluida entre teoría y praxis, la URSS se había conducido hacia una anulación de la realidad. El marxismo se había dogmatizado y simplificado a la luz del estalinismo, que había cerrado cualquier posibilidad de debate interno y refrescamiento de ideas.
Como consecuencia de esta verificación, Sartre se alejará del marxismo oficial – siendo demonizado por el Partido Comunista Francés – y optará por una vinculación más estrecha con grupúsculos anarquistas. Sartre definirá su modelo ideal de sociedad a través de tres principios básicos: abolición del Estado, eliminación de la Sociedad y desaparición de la pobreza. Tras su muerte en 1980, Sartre será reconocido por su compromiso político radical y por sus consecuentes acciones, siempre ajustadas a sus convicciones.
Carlos Miguel Rodrígues