16.5.10

El largo camino de la izquierda en Colombia

No ha sido a partir de este boom comunicacional propio de toda campaña electoral que me ha interesado seguirle los pasos a la izquierda colombiana. Desde hace varios años, vengo insistiendo en el promisorio progreso del Polo Democrático Alternativo como alianza progresista con reales capacidades de hacer un gobierno serio en el país vecino en un mediano plazo. Reconozco, por otra parte, que esa tesis no cuenta ni con una mínima aceptación en Venezuela. El polarizado, reduccionista y pésimo debate político venezolano cierra filas a la divulgación de ideas ajenas a las cartillas preestablecidas: Mientras la oposición vive y se desvive por el uribismo, el chavismo coquetea con cierta izquierda próxima a la insurgencia armada, valga decir la mayor culpable de la radical tendencia conservadora que domina a Colombia.

De esta forma, opositores creen que un gobierno progresista en Colombia se haría cómplice de los “atropellos” de Chávez y convertiría al país vecino en una nueva plaza del “imperialismo” bolivariano, mientras que el chavismo no es capaz de aceptar la posición autónoma, original y claramente ajustada a la realidad colombiana, que caracteriza al PDA. Convencido como estoy desde hace un tiempo sobre el lastre que representan las posiciones extremas más publicitadas, he llegado a la conclusión de que aquello que sea denostado por ambas partes, es potencialmente bueno. Ese sería el caso del PDA.

He decidido escribir este artículo haciendo consciencia de lo anterior tanto como de la posición electoral del candidato de la izquierda, Gustavo Petro, frente a las elecciones del 30 de mayo. Aunque no pensé que Mockus creciera de la forma en que lo ha hecho, hasta el punto de hacer peligrar la hace un par de meses irrebatible victoria del uribismo, nadie tuvo dudas sobre las opciones reales de la izquierda en un país en el que Álvaro Uribe goza de un 70% de aceptación. Quizá si decepcione un poco que de ser la segunda fuerza política en las presidenciales de 2006, se pase a un porcentaje marginal en estos comicios, así ese porcentaje represente un aún disputado tercer lugar.

Pero esos datos no refieren nada concluyente, y no pasan de ser un bache en el camino en los duros días de la política desde la minoría. Es precisamente en la oposición en donde debe seguir esta izquierda, aún muy joven, aún muy inexperta, aún muy asociada a los trágicos errores del pasado, como para gobernar Colombia. El Polo no tiene ni diez años de vida, pero vaya que ya se ha convertido en un referente nacional. Esta organización ha sido capaz de unir, en un conglomerado similar al del Frente Amplio, a socialdemócratas, socialistas y comunistas, bajo la estructura de una confederación de fuerzas. Y lo que es igual o más importante: ha sido ésta la primera izquierda que de manera convencida ha denunciado el fracaso total de la lucha armada como opción para la transformación social, optando decididamente por un compromiso democrático basado en la sensibilidad social. Y ello sin caer en los devaneos uribistas.

Este movimiento –que yo lo creo más movimiento que partido, por su propia diversidad interna y su descentralización democrática- ha logrado conformar un bloque heterogéneo de estudiantes, trabajadores e intelectuales, que apunta claramente a la noción de un espacio de debates, discusión y construcción alternativa. En ese sentido, es innegable la elevación del nivel que brinda el PDA al debate político neogranadino. Por poner el caso, Gustavo Petro ha venido siendo referido mayoritariamente entre el primer y segundo lugar en las encuestas sobre valoración del desempeño en los debates presidenciales.

Desde hace dos mandatos, el PDA controla la Alcaldía de Bogotá, logrando desarrollar una gestión exitosa con claro impacto social. De igual forma, su dirigencia se ha convertido en punta de lanza de las denuncias sobre la parapolítica, las escuchas telefónicas, los falsos positivos, la entrega de soberanía por medio de las bases militares y el abuso general de poder, hitos por los que será más recordado el gobierno de Uribe que por sus proclamados logros en la “seguridad democrática”.

Y es que sólo la precedencia de gobiernos tan incapaces como los de Samper y Pastrana llegan a explicar que los colombianos respalden en semejante proporción a un gobierno claramente vinculado al narcotráfico, la violencia paramilitar y la violación generalizada de los Derechos Humanos. Cosas que, por supuesto, nuestras mentes brillantes de la oposición defienden y justifican, en una demostración adicional de su disposición a ir al mismo infierno si de llevar la contrario a Chávez se trata.

Independientemente de si vence Mockus o Santos, la izquierda democrática colombiana debería seguir su curso. Aunque acá en el país le duela a ciertos sectores, cada vez más convencidos de ser luz del mundo y sal de la tierra, es previsible que el PDA siga siendo una fuerza política con ideas, proyecto e intereses propios. Favorable a políticas del Gobierno venezolano en ocasiones, crítica en otras. Apéndice de éste, espero que nunca.

Sin embargo, y por fortuna, aún los temas nacionales siguen siendo más importantes para cada país que los asuntos del vecino. Y en Colombia importa más cuál sea la posición del PDA frente a la insurgencia interna que frente a Chávez. No cabe duda a esta altura de que la vía armada no sólo perdió vigencia, sino que degeneró. La práctica inhumana de los secuestros y la vinculación evidente con las redes del narcotráfico han disipado cualquier velo de respeto que pudiera quedar en la guerrilla colombiana, que se ha convertido en un nuevo factor de opresión más que un instrumento de liberación. Desde hace un tiempo, la izquierda internacional medianamente seria ha recomendado la autodisolución, en el marco de un proceso de paz que todavía pudiera resguardarle algún rédito de potencial político. Lo otro sería seguir sirviendo de excusa para la intervención norteamericana y su correlato, los gobiernos derechistas que promueven la extinción de la insurgencia a cualquier costo.

Si el PDA no es capaz de responder satisfactoriamente a la acusación de colaboracionismo con la guerrilla –la cual afecta sobretodo a ciertos sectores internos, que medran en el PDA bajo el paraguas de la pluralidad-, es difícil que adquiera el vuelo necesario para ser alternativa de poder. Su compromiso con la democracia y con la vía electoral, su vocación latinoamericanista y su opción por lo social, son las palancas básicas que, desde su definición programática, conducen su crecimiento político. Insistir en ellas y mantener un permanente análisis objetivo de la realidad colombiana, ayudará mucho en el alcance de los objetivos.

Aunque parezcan paralelismos halados de los cabellos, el PDA se me hace similar en su génesis y carrera al partido alemán La Izquierda. Éste, cuando estuvo condenado a ser la reedición del viejo Partido Comunista de la Alemania Democrática, no sólo no salió del este de Alemania, sino que no trascendió de cierto sector de la población mayor, nostálgica de las viejas –y falsas- glorias del socialismo real. Sus resultados electorales no pasaban el 5% mínimo que garantiza la representación parlamentaria. Sin embargo, tras su fusión con la disidencia socialdemócrata –el ala comandada por Lafontaine, que rompió con el partido por su “derechización”-, ha crecido electoralmente, se ha extendido geográficamente y se ha fortalecido política y organizativamente. Y todo porque hizo un mea culpa y asumió plenamente los compromisos de la democracia.

Hoy, La Izquierda es referencia en Europa, como es posible que lo sea el PDA en América Latina, cuando sepa concretar su separación de la opción violenta, sepa comunicar su mensaje político y sepa fortalecer su organización. No es preciso dejar de ser de izquierda para llegar al poder. Sólo basta comprometerse total y efectivamente con un principio tan cierto como discutido: no hay socialismos sin democracia.

Quizá en algún tiempo, y por las paradojas de la vida y de la política, estemos los venezolanos progresistas viendo en Colombia el tipo de gobierno que quisimos y pudimos tener y no tuvimos.
Carlos Miguel Rodrígues
16 de mayo de 2010