23.3.10

Francia 2012

Suena a Mundial de fútbol, pero muy poco tiene que ver con eso. Tras la severa y estrepitosa derrota de Nicolás Sarkozy y su centroderechista Unión por un Movimiento Popular (UMP), asomada en la primera y profundizada en la segunda vuelta de las elecciones regionales, la clase política francesa se ha colocado cara a cara con las presidenciales del 2012. Hasta entonces, no está prevista otra convocatoria electoral y, más allá de las permanentes encuestas de opinión e intención de voto, los partidos políticos no tendrán más comprobado criterio sobre sus simpatías y rechazos. Al respecto, es muy poco probable que este cronograma cambie: como régimen semipresidencial, los galos no padecen de la inestabilidad del parlamentarismo europeo, que convoca elecciones adelantadas cada vez que los Primeros Ministros sufren un catarro –para el caso italiano, cada vez que el Primer Ministro va a dormir, a excepción de si lo hace en Villa Certosa bien acompañado de prostitutas de lujo.

La izquierda ha sabido capitalizar el voto castigo por medio del cual algunos franceses –la abstención rondó el 50%, poco más en la primera, poco menos en la segunda vuelta- han expresado su descontento con los tres años de gestión de Sarkozy. En el 2007, éste entraba al Elíseo con grandes expectativas que satisfacer y con una oposición desarticulada y desmoralizada. Aunque no fue por un muy amplio margen –seis puntos porcentuales en la segunda vuelta- la victoria de la UMP en las pasadas presidenciales sometía a rígida consideración la conveniencia de la ruta política adoptada por el Partido Socialista, cabeza tradicional de la izquierda. Su candidata, Ségolène Royal, había librado antes de llegar a la candidatura oficial una dura y desgastante batalla contra los líderes tradicionales del socialismo francés y, para convencer y vencer, se había arrojado encima la bandera de la ‘renovación’ de la izquierda. La derrota ponía en duda si tal tesis había realmente cumplido el papel de revitalizar a los sectores progresistas y se abrió entonces una etapa de lamentaciones, responsabilidades cruzadas y fragmentación profunda.

Ese estado de ánimo se ha mantenido mal que bien durante lo que va de administración Sarkozy. Por ello es fácil deducir que la izquierda hizo pocos méritos para ganar estas regionales. Solo estuvo ahí, hizo presencia, y espero que Sarkozy errara, para captar ese caudal que le iría abandonando.

Después de un domingo en el que poco más de la mitad de los votantes - 54% - colocaron la confianza en el bloque de socialistas, comunistas y ecologistas y tan solo un tercio -35%- en la derecha, el clima ha cambiado radicalmente.

En el Gobierno, se buscan responsables. Sarkozy ha remodelado su gabinete, sacrificando algunas figuras importantes como ‘chivos expiatorios’ de tan sensible derrota. Aprovechando su debilidad, el día de hoy los principales sindicatos –que han venido librando una larga lucha en contra de las reformas neoliberales- han convocado y materializado una jornada de huelgas y protestas. Como respuesta, el Ejecutivo ha abandonado uno de sus proyectos bandera: la tasa de carbono debía ser un nuevo enrevesado impuesto para las empresas, que había sido objeto de críticas incluso en la UMP y que ahora ha sido enterrado por sus ‘efectos contra la competitividad’ y la ‘complejidad de su aplicación’. Es evidente que Sarkozy no desconoce los últimos números de la demoscopia, que ubica a un 58% de los franceses como negados a que el hijo de inmigrantes y vocero anti-inmigración, se postule nuevamente. Ceder y virar, podrían ser verbos clave de lo que resta de su gobierno.

Por la izquierda, el ambiente es animoso pero no triunfalista. Saben que falta mucho y aún se deben superar diferencias internas que, sobretodo en el PS, no desaparecen sino que se incrementan por la mayor cercanía de la victoria. La casi segura candidatura no tiene aún nombre pero si género: Martine Aubry o Ségolène Royal, dos mujeres de la nueva generación socialdemócrata del partido. Además, aún está por verse si las izquierdas francesas –porque son varias y diversas- podrán unificarse desde la primera vuelta alrededor de una de estas damas, o nuevamente disgregarán el voto para reunificarlo en una hipotética segunda vuelta.
Aún falta camino por recorrer. Este podría ser un caso excepcional en una Europa que ha roto en los últimos años con la lógica tradicional. Y es que ha sido la izquierda europea la que ha pagado con descenso electoral los perniciosos efectos sociales de una crisis generada por la voracidad del libertinaje financiero, producida a su vez bajo la antes santificada dupla liberalización-desregulación. En casi toda Europa gobiernan los populares y democristianos, que ahora hablan de regulación y control estatal y critican la especulación risible de los mercados financieros, olvidando y haciendo olvidar sus inmensas presiones a favor del laissez faire. Sin embargo, valga decir que la desconfianza hacia la izquierda no solo se sustenta en la falaz idea clásica de que la derecha maneja mejor la economía, sino en el hecho verídico de que los socialdemócratas asumieron en los últimos tiempos el papel de opción no alternativa, reproduciendo en similares modos las políticas neoliberales que condujeron a esta crisis. La incapacidad de mantener un perfil ideológico-político propio –su abandono de todas las propuestas progresistas en el ámbito económico y su sumisión al neoliberalismo rampante- pesa tanto en esta retirada progresista como los mitos y falacias clásicas y la evidente hipocresía conservadora, que postula un Estado bombero y un mercado pirómano trabajando en turnos sucesivos.

En fin, en Francia el juego está abierto. Y los movimientos que desde este momento se hagan serán decisivos en el resultado electoral de 2012. La izquierda francesa, de longeva y gloriosa historia, parte con una relativa ventaja. Dependerá de ella no tirarla por la borda en el camino. Siempre será un reto de coraje, inteligencia y voluntad cumplir lo que Royal postuló como objetivo estratégico de los socialdemócratas del viejo continente: convertir la mayoría de izquierda que existe en el corazón de los europeos en mayoría también en sus papeletas electorales. En el caso francés, conocidos por tener el corazón a la izquierda y el bolsillo a la derecha, se trata de demostrarle que el bolsillo izquierdo también puede cuidar su dinero.

Carlos Miguel Rodrígues
23 de marzo de 2010

20.3.10

Las voces de la historia y el socialismo

La historia, como dijo recientemente Oscar Arias, se escribe en borrador. Ese libro de páginas infinitas está lleno de tachones, errores de ortografía y sintaxis, citas sin referencias, frases inconclusas y párrafos sin terminar. De lectura escabrosa y enredada, es siempre difícil sacar de sus páginas conclusiones claras ni mucho menos lecciones precisas. La historia no habla como un predicador evangélico ni como una maestra de escuela. No tiene todas las respuestas y en ocasiones, las que dice tener, no sabe transmitirlas. Pero por más complicada que sea la materia, no deja de ser imperioso el cumplimiento puntual de todas sus asignaciones. Los que no aprenden de la historia están condenados a repetirla.

En estas primeras décadas del siglo XXI, la humanidad está haciendo dos siglos del parto de uno de sus hijos más esperanzadores y, a la vez, más decepcionantes: el socialismo. Nació con ilusiones de enclave de vida comunitaria y ascética. Vivió una niñez de juegos y padecimientos, ensayos y errores. Se multiplicó en experimentos de organización social, unos mirando al pasado, otros mirando al futuro. Cuando despuntaba su primera barba juvenil y engrosaba su voz, se hizo a la vez ciencia y movimiento de masas. Aumentó el peso de sus ideas y los brazos de su legión. Se internacionalizó y se subdividió, cual célula, una y otra y otra vez. Sus debates eran intensos, productos de convicciones profundas. Ocupó corazones y gobiernos. Anduvo territorios y caminos. A veces en sus manos iban armas, a veces libros, a veces papeletas electorales, a veces todas ellas en un confuso y abigarrado amasijo. De adulto, cuando más podía caminar, cuando era más alto y cuando podía sobreponerse de mejor forma a sus tradicionales limitaciones, repentinamente, dejó de pensar, dejó de soñar, dejó de imaginar un futuro distinto al presente.
En definitiva, dejó de debatir. Se apoltronó. Unos, en su nombre, acondicionaron el sistema que querían superar. Otros, criticando a aquellos, idearon un nuevo método para expoliar al trabajador. Y en su dejadez, se estancó y perdió contacto con la realidad. Cambió avances y derechos sociales por cifras de producción. Igualose a industrialización y tachó una de las variables de su fórmula: desapareció el poder popular, taponeado por un partido tan vertical que producía vértigo y un Estado tan burocrático que provocaba sueño, aunque nadie negara que buen y privilegiado dormir se encontraba en sus compactas y selladas estructuras. En su estado senil, muchos presentían la inevitable muerte e intentaron desentenderse, tomar distancia, recrear. Pero ni ellos se salvaron. Cuando murió, caído su propio peso, por su obesidad inmovilizante, aplastó en su derrumbe todo lo que bajo su nombre se había dicho y hecho.

Y días pasaron en los que su sola enunciación era pecaminosa. Días oscuros, que anunciaban el fin de la historia. El último gran sueño humano, que pretendía ofrecer una respuesta alternativa a la pregunta socrática -¿cómo habremos de vivir?- y que llegó a brindar cobijo y bandera a la gigantesca mayoría de las luchas de toda una era, estaba bajo tierra, en la paz de los sepulcros. Y su herencia no tenía quien la reclamase.

Y sin embargo, tras noches de silencio, el socialismo ganó nuevos voceros. América Latina dio un paso al frente y, por su característica irreverente juventud, se negó al servil conformismo. Bajo un término –socialismo del siglo XXI-, medio viejo, medio nuevo, puso un pie en el pasado y el otro en el futuro. Y prometió, cual nuevo jefe de empresa en bancarrota, no cometer los mismos errores. Revisar los libros contables hasta el último de sus reportes. Y así empezó a marchar. Desde el mundo, trasnochados y en luto, los progresistas miraron a Venezuela, con alguna chispa en los ojos que delataba esperanza.
Por enero, hicieron 5 años desde que se anunció el inicio de las obras para su edificación. Y la misma pregunta repica en todos los que alguna vez pusieron así fuese un ápice de interés curioso en este nuevo ensayo: ¿Se repiten los mismos errores? ¿Realmente se hizo la tarea de revisar todo lo que hoy sabemos condujo a los dolorosos fracasos del pasado? ¿Se está inventando? ¿O se está errando?

Cualquier consideración desapasionada hacia la experiencia soviética puede dar con muchos errores, muchas omisiones. Pero al menos yo, estoy convencido que una de las desviaciones primigenias, causantes de muchas otras, fue el cierre al debate, a la discusión, al diálogo interno. El silencio impuesto y autoimpuesto, sobretodo por supuesta solidaridad ante el ataque del enemigo, se hizo cómplice de las peores cosas. El germen autoritario clausuró las puertas de los espacios de debate, amordazó a los trabajadores y a los intelectuales, les quitó todos sus mecanismos de organización, y los hizo entrar en una sola estructura, donde tenía ojos y oídos en todas las esquinas y en donde podía castigar con mayor facilidad. Adiós a los sindicatos, adiós al multipartidismo ‘burgués’, adiós a los consejos de obreros, campesinos y soldados. Si quieren participar, aquí está el gran Partido, cuyo liderazgo está ungido por las sacrosantas virtudes de la clarividencia, el sentido histórico y la infalibilidad. Era un razonamiento simple: si tenemos nosotros todas las verdades ¿Para qué escucharle a ustedes? ¿Para qué deberían ustedes tener el derecho siquiera de hablar? Ah, ¡claro! Para asentir. ¡¿Disentir?! Tal cosa es herejía, traición, señal de solventes servicios a la causa burguesa, capitalista, imperialista. Y de esta forma, diferencias de opinión o de interés eran aniquiladas bajo ese expediente, tan poderoso como fútil.

Si alguien encuentra puntos en común con lo que ha sucedido en nuestro país, quizá sea algo más que una coincidencia. El germen autoritario está aquí y está actuando de forma bastante similar. Problemas de gestión pública no pueden ser denunciados, porque eso es dar munición al adversario. Las críticas hechas ante visibles desapegos al proyecto inicial, evidentes falsificaciones de la ética que sustenta tal proyecto, son castigados con la excomulgación. Si los intelectuales hablan de hiperliderazgo, se les golpea. Si un Gobernador pide debate interno, se le escupe. Si un partido pide respeto para sus decisiones, se le desconoce. En un ejercicio infinito de clara intención electoral, se traspasa al que disiente en el detalle al bando del enemigo irreconciliable. Por el contrario, el servilismo, la extenuante repetición de argumentos ajenos, el silencio cómplice, son señales de virtud revolucionaria. Lamentablemente, cada vez se parece menos esto a una construcción colectiva. Y el socialismo es, por definición, colectivo. A las claras: sin democracia no hay socialismo posible.

La imposición de uniformidades y la intención polarizante –‘o estás conmigo, o estás contra mi’-, la soberbia -`quien traiciona a Chávez se muere políticamente’-, el autoritarismo y la improvisación –‘exprópiese’-, son filosos cuchillos en el cuello de este proceso de cambios sociales. Nada debe costar ni en términos políticos ni en términos materiales, abrir un debate interno en el que se permitan las autocríticas, las reflexiones propias, la construcción colectiva, el liderazgo compartido. Darle a la militancia voz propia. Que las decisiones cambien de dirección: que el líder de la revolución tenga en ocasiones el coraje de sentarse y escuchar y que la militancia tenga también el valor de levantarse y hablar. Una revolución, un Estado, ni siquiera un Gobierno, pueden depender exclusivamente de la voluntad de un hombre.

Lamento ser pesimista. Yo también quisiera que esta oportunidad histórica de hacer de la venezolana una sociedad más justa, incluyente, solidaria y consciente, no se perdiera en un encadenamiento inacabable de defenestraciones y perversiones. No soy el único. No son solo los del PPT o el ‘pequeñoburgués’ de Henri Falcón. Allí, adentro, en el mismo corazón chavista, entre los jóvenes, hay este mismo sentimiento. Pero esa larga cadena no se romperá sino a través de una rectificación de fondo, cuando abramos el debate para escuchar incluso aquello que hasta hoy nos ha sonado a discurso opositor. La calle habla, la realidad se mueve, el descontento crece. Y cerrar los ojos o dar la espalda no harán que tales tendencias se reviertan o si quiera detengan. Hay que ser valientes. Hay que inventar. Hay, en definitiva, que imprimirle un giro al chantaje de Saint Just -‘la revolución se defiende en bloque. Quien la discute en el detalle, la traiciona’- y decir: ‘Quien defiende la revolución, la quiere viva. Quien calla en complicidad, la condena a muerte’.

Carlos Miguel Rodrígues
20 de Marzo de 2010

18.3.10

Lecciones bolivianas

Decepcionante. El nivel del actual debate político venezolano es, cuando menos, decepcionante. A un país segmentado a nivel mediático –la realidad es plural y diversa- en dos grandes ‘bloques’ políticos que proclaman con fastuosidad la grandeza de sus confrontadas luchas, no se le corresponde en absoluto un nivel tan deficiente de producción, circulación y discusión de ideas políticas.

Comenzando por los propios altos niveles dirigentes, no hay suficiente fuerza argumentativa para darle plataforma a epopeyas como la construcción de un nuevo socialismo, superador del capitalismo y ajeno a las degradaciones ‘reales’ del pasado, o como la defensa del mundo de derechos y libertades que caracterizaron la génesis y expansión de la democracia moderna. Sencillamente, se habla de tareas demasiado grandes para realizarlas desguarnecidos de un instrumental articulado y coherente de planteamientos, razonamientos y propuestas. Nuestra diatriba política está henchida, pero me temo que principal y casi exclusivamente de consignas vacías. Muy pocos se atreven a salirse de un trillado y memorizado libreto que ya se plasma sobre un papel arrugado y sucio de tanto haber sido manoseado.

En ese marco estrecho de visiones unívocas y no debatibles, se castiga con el destierro de las pantallas de televisión -o lo que es lo mismo, con la muerte política- al que se atreve a disentir. El ‘si, pero…’, o el ‘no, porque…’ están prohibidos. Son señal de autonomía hereje. Para ellos, solo queda una respuesta posible: la arrolladora andanada de descalificaciones, propias de un debate personalizado, que prefiere matar al mensajero antes que quemar su carta.

Las realidades exteriores a la nuestra pasan, en este universo al revés, a ser simple reflejo de la diatriba interna, tal como si fuéramos luz del mundo y sal de la tierra. Y bajo el influjo poderoso de Antonio Leocadio Guzmán, se espera conocer la posición del adversario para asumir acríticamente la inversa. En ello, nuestra oposición es fiel y persistente. En su afán convencido de pensarnos estúpidos, critican que algún Jefe de Estado extranjero reniegue de la ‘feroz dictadura’ que vive Venezuela, mientras defienden la militarización brutal de un país vecino por una potencia extranjera como ‘ejercicio autónomo de la soberanía’, aquella misma que se nos niega a nosotros a través de la denodada llamada a organizaciones internacionales a intervenir en el país.

En lo personal –y lamentando lo pretencioso que es argumentar luego de poner en severo cuestionamiento lo que otros han argumentado-, siendo como he sido, un crítico de errores, omisiones y desviaciones del actual gobierno venezolano, que no ha dudado en brindarle apoyo cuando ha reconocido sus muchos aciertos, he sentido siempre una especial consideración hacia la realidad boliviana. Y con ello, he lamentado el símil irreflexivo que se pretende hacer entre aquella y esta dinámica política: en América Latina, los tiempos de cambio que vivimos le permiten a cada país mantener su propio esquema, fijar sus propios objetivos y hacer uso de medios distintos para alcanzarlos Pretender obviar tal cosa es obstinarse en falsear la realidad de los hechos. Y la oposición venezolana vaya que lo hace.

Es difícil hacerle entender a un opositor que Bolivia mantiene una deuda secular de discriminación racial y socioeconómica. Que lo que está ocurriendo bajo el régimen de Evo Morales Ayma es un proceso de cambios parciales que expresan tal herencia y le dan curso pacífico y democrático a un resentimiento largamente amasado en décadas de explotación brutal. Que Bolivia camina, no sin tropiezos, un sendero de avances efectivos en materia económica y social pero también de rehabilitación ética y dignificación, valores intangibles pero caros a los pueblos. Que el término ‘populismo radical’ cabe mal a un gobierno basado en la simple pero humana ley vital indígena de ‘no matar, no robar y no ser perezoso’. Que el liderazgo e incluso gran parte de las bases –verbigracia, Juventud Cruceña- que adversan a Evo Morales merecieron bien durante décadas el calificativo de ‘oligarquías’. Ellas fueron y son de las más cerradas y racistas del continente y en su riqueza y presuntuosidad poco se pueden encontrar rasgos de honorabilidad.

Lejos del maniqueísmo, uno puede disentir con medidas concretas e incluso hasta con planteamientos generales que el MAS haya realizado en estos años. Es justo y creo que hasta necesario. Pero lo que no se puede es tapar el sol con un dedo y calificar bastardamente al régimen boliviano de paria y vulgar imitador del proyecto político del presidente Chávez. Son aliados, es cierto, pero ni los mismos Chávez y Morales deben creer conveniente y si quiera deseable, entresacar y transferir cual contenedores, políticas e iniciativas de una realidad a la otra.

En Bolivia, país record en número de golpes de Estado durante el siglo XX, se transpira ética en la política. Reducción de salarios de los altos funcionarios, combate intensivo a la corrupción administrativa, humildad en la dirigencia y vocería propia en la militancia, comunicación entre Gobierno y movimientos sociales y espacios internos abiertos para el diálogo, la diatriba y la diferencia, son factores que particularizan a Bolivia. No hay una asfixiante confrontación con potencias extranjeras y solo se exige respeto a la dignidad de un país soberano. Nada más que lo que Bolivia ofrece con una política exterior cuidadosa de decir las verdades en un tono que no las desacredite.

Un país tiene el legítimo derecho a colocar en su gobierno, rostros, contexturas y acentos que realmente lo representen, en el sentido más estricto del término. Bajo el mismo argumento usado por el Tea Party para proclamar la necesidad de que Washington vete a burócratas insensibles al sentimiento de patria y les reemplace por figuras como Sarah Palin, representante del ‘Estados Unidos profundo’, es más que valido considerar la justeza de que el indio Evo hable por los bolivianos.

Y sin embargo, tal cosa no ha visto renacer expresiones masivas de indigenismo radical ni excesos que devuelvan racismo al racismo. El vicepresidente García Linera es expresión de la convivencia multirracial de un movimiento que se nutre de distintas expresiones políticas e ideológicas. Se acepta la combinación de distintas formas de propiedad y producción, se respeta a los indígenas sus costumbres y vivencias, como también se satisface aspiraciones ancestrales de autonomía regional.

Hace poco, el candidato oficial a la Prefectura de La Paz –Félix Patzi- fue arrestado por conducir ebrio. Morales exigió su renuncia por comportamiento antiético. Con ética, el candidato aceptó. Los tribunales indígenas, constitucionalmente reconocidos, aceptaron su arrepentimiento. Le exculparon tras pagar una pena: elaborar mil bloques de adobe. El candidato lo hizo. Morales y el MAS no querían ceder. El candidato aseguró que había tomado alcohol por el dolor producido tras la muerte de una prima hermana. Mintió. Y el pueblo indígena también le dio la espalda. Ejemplo de ética en las pequeñas cosas. ¿Quién en su sano juicio cree con sinceridad que semejante cosa pudiera ocurrir en nuestro país, digamos, frente a las venideras parlamentarias? Sin duda, Bolivia es Bolivia. Venezuela es Venezuela.

Carlos Miguel Rodrígues
18 de Marzo de 2010