23.10.09

Uruguay se sirve a la izquierda

Un país con memoria histórica. Ese es Uruguay. Del tamaño de nuestro estado Amazonas, son 3.800.000 uruguayos, 400.000 de ellos afuera del país. País de tradición profundamente democrática; su topografía, su clima y su agricultura tanto como su calidad de vida, su reducida desigualdad social y sus constantes consultas ciudadanas, le valieron el título de la Suiza de América. Precisamente, el próximo 25, junto a las presidenciales, llevarán a cabo otro referendo. Esta vez los uruguayos definirán su apoyo a la anulación de la ley de la impunidad, que ha impedido que los violadores de Derechos Humanos de la dictadura sean procesados y enjuiciados. Recién cerraron la campaña del Sí con una marcha contra el olvido y el perdón a los torturadores. No quieren hacer el ademán de que no sucedió algo que aún duele todas las mañanas. Claro que, en honor a la verdad, tener conciencia real del pasado no es tan difícil cuando tienes una voz como la de Eduardo Galeano espoleándotela.

Además de esta trascendental consulta, en Uruguay se votará en amplia mayoría – cercana a un 49% según los últimos sondeos, que permiten pensar por vez primera en la elusión de la segunda vuelta – por un ex guerrillero. José Alberto Mujica es un hombre llano. Sus años en la prisión y en la tortura lo hacen de templado carácter, y sin embargo, no lo empujan a dejar de ser cercano y creerse un icono de la izquierda latinoamericana. No sufre de los por nosotros conocidos delirios de grandeza.

Mujica está postulado por la más unitaria, longeva y firme coalición de izquierdas que he podido conocer en mis escasos y limitados estudios. El Frente Amplio uruguayo es modesto ejemplo de consistencia política, fidelidad a los principios y capacidad de integración. Todas sus virtudes presentes nacen de sus penurias pasadas: se trata de la plataforma unitaria de los sectores progresistas uruguayos, forjada con sangre, sudor y lágrimas durante la agresiva dictadura militar (1973-1985) que le dio a Uruguay el récord de la mayor proporción de presos políticos sobre número de habitantes.

Y gracias al dolor, la comprensión. El Frente Amplio reúne a democratacristianos (que en Uruguay no utilizan la etiqueta de “populares” y son más progresistas que sus pares latinoamericanos), centristas, socialdemócratas, socialistas moderados, humanistas, comunistas y hasta grupos de adscripción ecologista, feminista, de diversidad sexual, etc. Una gran coalición que nace en 1971 y crece al recuperar, por encima de sus diferencias, la ideología del batllismo, basada en la tríada justicia social, democracia política y economía mixta.

Una fructífera y exitosa experiencia en la Municipalidad de Montevideo con Tabaré Vásquez a la cabeza permitió abrir un surco importante en el cerrado bipartidismo Blancos-Colorados. Desde la capital, centro electoral que reúne a cerca de la mitad de los votantes, se instrumentó por primera vez la visión frenteamplista en forma de políticas públicas y gracias a ello se demostró que no sólo se puede gobernar desde la izquierda, sino que se pueden alcanzar mayores éxitos gobernando desde la izquierda.

En 2004 se da el salto cualitativo: el frenteamplismo vence en la primera vuelta y gana el derecho a hacer Gobierno. Y cinco años después, la popularidad del presidente Vásquez y el apoyo a la gestión de gobierno hablan del éxito y la consolidación, que resultan especialmente visibles en el sector social. Con Vásquez se comprobó en Uruguay que la izquierda estaba preparada para dar el salto de la oposición al gobierno. La esperanza venció al miedo y el anunciado desastre nunca llegó. La responsabilidad y la acertada gestión permitieron conjugar una avanzada política social con números macroeconómicos auspiciosos.

Montados en esa demostración, una dupla tan disímil como la Mujica-Astori (parecida, guardando las distancias, a la llave Morales-García Linera) se encamina a darle continuidad a la política del cambio social responsable. Y aunque un escenario muy probable sea una segunda vuelta marcada por la unidad de los partidos tradicionales, el Frente Amplio luce ganador, amparado en la promesa de mejorar la gestión ya avanzada.

Sin grandilocuencias, sin rimbombancias, sin grandes alharacas y sin pretensiones universalistas, la izquierda uruguaya ha consolidado importantes éxitos sociales. Y dentro de esta multitud dispersa de izquierdas que vivimos en América Latina, Uruguay nos dice que la seriedad, la responsabilidad y una gestión planificada basada en principios claros, resultan más provechosas que grandes consignas discursivas, construidas autoritaria y verticalmente y aplicadas sin convicción.

Carlos Miguel Rodrígues

22 de Oct. 2009

Chile se sirve a la derecha

Todo parece indicar que Sebastián Piñera Echenique será el próximo presidente de Chile. Las encuestas de opinión así lo adelantan y El Mercurio así lo celebra. Después de veinte años de gobiernos concertacionistas – dirigidos en casi mitades exactas por socialdemócratas y por democratacristianos – la derecha está haciéndose camino con un candidato renovado, venido del mundo empresarial, con un pasado vinculado a la Democracia Cristiana, más proclive a la convivencia bajo un régimen de libertades y sin asociaciones con la dictadura pinochetista como las tenía el tradicional postulado Joaquín Lavín.

El propietario de Lan Chile, Chilevisión y el Colo-Colo – tres estandartes de la chilenidad – casi dobla en intenciones de voto al ex presidente Eduardo Frei, el abanderado oficial de una Concertación debilitada. Y debilitada por dividida: en el último sondeo del CERC, un disidente de la Concertación, el joven Marco Enríquez-Ominami, ha llegado a igualar las intenciones de voto de Frei y ha logrado dividir los apoyos de la Concertación. La izquierda extraparlamentaria – la que está fuera del parlamento no sólo por debilidad sino por el carácter excluyente del sistema electoral – ocupa posiciones marginales del electorado, pagando cara su fidelidad a posturas condenadas por una sociedad sumamente conservadora.

Buscar explicaciones a la intención de voto de un elector es siempre un ejercicio analítico predictivo que involucra apreciaciones vertidas desde todas las ciencias sociales. Se trata de una labor compleja que, ampliada a un conglomerado social, se llena de conjetura y se vacía de “ciencia”. Y especular es precisamente imprescindible si queremos entender como el candidato de una exitosa coalición gobernante – cuya Presidenta tiene un altísimo 71% de popularidad tras cuatro años de gobierno – no logra sumar más del 21% de las voluntades.

Al respecto se ha razonado y mucho. Se han arrojado infinidad de justificaciones, de las que vale la pena entresacar unas pocas que destacan por su poder explicativo. En primer lugar, hay un elemento de evaluación de gestión. Frei es el gobernante concertacionista que entregó el gobierno con menores índices de popularidad. Su gobierno, aunque con éxitos visibles en economía, educación y política exterior, estuvo marcado por sucesivas polémicas, que incluyeron el pase a retiro de Pinochet y su posterior arresto en Londres, la concesión de indultos a connotados violadores de Derechos Humanos y denuncias y disputas en materia ambiental y laboral.

En razón de ello, los chilenos no logran hacer una asociación – que no necesariamente es lógica – entre la administración Bachelet y Frei como candidato. Y a pesar de los esfuerzos tanto del Gobierno como del Comando de Campaña en transmitir esa conexión, los votantes no están convencidos de que Frei será la continuidad de Bachelet.

En general, por la naturaleza del cargo que se disputa y en especial por el carácter del propio sistema de gobierno latinoamericano, toda campaña presidencial está fuertemente influenciada por los rasgos personales del candidato. Ello es parte de una tendencia muy norteamericana, que ha vaciado de contenido las campañas electorales y ha sustituido la importancia del programa electoral o el signo de la plataforma partidista por la imagen personal del postulado. La mediatización de la política es especialmente fuerte en Chile, donde el acceso a las tecnologías de la información y la comunicación es superior a la media latinoamericana y se acerca a los niveles de la OCDE. Por ello, gran parte de la campaña se desarrolla desde los medios de comunicación y allí es donde resultan especialmente importantes las habilidades comunicativas y de expresión del candidato.

Precisamente de la historia personal y de la personalidad de los candidatos vienen buenas razones para entender este entuerto. Frei es un político tradicional, hijo de Presidente, de familia históricamente asociada a la clase política chilena. No tiene especial carisma ni grandes dotes que mostrar, sea como candidato-comunicador sea como gobernante-gerente. Por el contrario, Piñera es una estrella ascendente de la política chilena, a quien se le adjudica el éxito de reconstruir una fuerza política conservadora – su partido Renovación Nacional – que revitalizó a la demacrada derecha pinochetista y la vinculó de forma más realista a la nueva democracia chilena. Su carrera como empresario le brinda argumentos de exitoso gerente, especialmente pesados en una sociedad que rinde culto al éxito privado como señal de probidad. Su carisma, su hábil manejo de los medios, sus desvaríos hacia la farándula – fenómeno Obama – le acreditan preferencias.

De igual forma, incide sobre estas tendencias electorales el muy bien explotado dilema renovación - tradición; cambio – continuidad; futuro – pasado; juventud – vejez. Aunque los chilenos que ven los números están satisfechos con lo hecho por la Concertación durante estas dos décadas, empiezan a acusar cansancio del continuismo y se sienten tentados a comprar el discurso de la alternancia como señal de la salud y la vitalidad de la democracia. El elemento del cambio está impactando contudentemente en el electorado, sostenido por el error estratégico que cometió la Concertación al mirar al pasado para afrontar una coyuntura difícil. En el trasfondo está la idea de que es tiempo de premiar a esta derecha que ha sido capaz de renovarse, insertarse más cómodamente en la democracia y abandonar los dogmatismos casi religiosos. Y es tiempo de darle un descanso a la Concertación, hacerla pasar a la oposición y ver como se comporta. De acuerdo con esta visión, es imprescindible probar la resistencia de esta joven alabada democracia. Después de todo y producto del desarrollo político alcanzado, la política gubernamental continuará atada a ciertos elementos fijos que, gracias al éxito que han reportado, no podrán ser estructuralmente alterados.

Un razonamiento a todas luces muy peculiar. Parece extraño que aún luego de veinte años, en Chile se crea que el resguardo y la garantía más apropiada para la democracia radique en darle opción de gobierno a la derecha, el sector político que ha bloqueado reiteradamente las reformas democratizantes de la Constitución y a buena parte del cual aún deben sacársele con cucharilla las condenas a las masivas violaciones de los Derechos Humanos en la dictadura.

Finalmente, y como si fuera pequeño el reto que se la presenta a la Concertación, el proceso de selección de los candidatos clavó más estacas que han profundizan la brecha electoral Piñera-Frei. Piñera fue electo de forma relativamente fácil como candidato unitario de la derecha. Su trabajo político y la positiva evaluación electoral le dieron un casi indiscutido apoyo de la Alianza por Chile, que se reunió ordenada y rápidamente alrededor de su candidatura, convencidos de que esta era la oportunidad de derrotar a la centro-izquierda. Por su parte, la agria disputa interna de la Concertación, sorteada con tanto éxito en el pasado por medios de elecciones primarias, brindó la peor imagen posible al electorado chileno. Señales claras de división terminaron con la imposición de la candidatura de Frei a través de un acuerdo político. Enriquez-Ominami salió entonces de la Concertación, lanzó su candidatura independiente y empezó a facturar todo el descontento, explotando también muy inteligentemente la antinomia renovación-tradición.

Se trata de la primera vez que los sectores de la centroizquierda van divididos, justamente en el momento en que más imprescindible resultaba la unidad. Y aunque esté ya dada por sentada la segunda vuelta, aún no está claro si Piñera deberá enfrentar a Frei o a Enríquez-Ominami. Lo que la demoscopia si indica es que el segundo saldría mejor parado, con una no tan abierta derrota. La clave es simple: la derecha hasta el momento ha capitalizado de mejor forma el neurálgico voto centro, objeto de todas las disputas.

Y mientras tanto, la campaña continúa y todos los candidatos persisten en su estrategia, definida bajo los más estrictos criterios técnicos y políticos. En Chile se juega a la campaña del siglo XXI, en la que cada jugada es milimétricamente analizada y evaluados sus favores y desfavores.

Aunque aún falte mucho camino por andar y muchas páginas por escribir, todo parece indicar que la derecha montará cabeza en Santiago, con impredecibles y, a mi personal juicio, lamentables consecuencias para el inestable equilibrio político-ideológico latinoamericano. En tiempos en los que se asoman posibles victorias conservadoras en Argentina y Brasil, el viraje chileno sentaría regresivo precedente. El Sur podría cambiar de color y eso lo resentiríamos todos los que, con nuestras diferencias, vivimos en el mundo progresista. Será entonces cuando la realidad nos saque de nuestro simplismo y nos enseñe todo el trecho que hay entre una Bachelet y un Piñera.


Carlos Miguel Rodrígues

21 Oct. 2009

11.10.09

Ejemplos andinos para una Caracas sin excusas

Excelente y apropiada iniciativa la que ha reunido en Caracas a un conjunto de representantes políticos y académicos del poder local, venidos desde distintas rincones del mundo y juntados por su interés común en aportar visiones, reflexiones y experiencias en torno al primordial tema de la buena gestión de gobierno. 

Organizado Por la Caracas Posible – asociación civil presidida por Fredery Calderón, un inteligente y emprendedor politólogo ucevista – el Encuentro Internacional de Gobernabilidad Local y Buenas Prácticas nos dejó una sensación mixta de esperanza y decepción. El relato que atendimos con imperturbable atención nos aclaró varias cosas de sabores distintos: (1) es posible transformar la ciudad; (2) la transformación es un proceso arduo, difícil y exigente; (3) para lograrla se requiere voluntad política, capacidad de gestión y compromiso ciudadano; (4) en Caracas debemos trabajar más para reunir esas condiciones.  

Bajo la premisa de que los municipios serán actores claves y fundamentales en la dinámica del siglo que despunta, el ex alcalde de uno de los 1.100 municipios del estado federado de Baden-Wuerttemberg y actual representante de la Konrad Adenauer en Caracas nos brindó las dos hipótesis que, para él, explican el relativo retraso latinoamericano frente a Europa occidental: el tamaño de los municipios y su mecanismo histórico de apropiación de poder. 

En Alemania existen hoy 12.006 municipios. Ello implica una ratio de un municipio cada 6.848 habitantes. En Venezuela son 336 nuestros gobiernos locales y 80.000 ciudadanos por cada alcalde. Los alemanes han constituido un municipio – por media - cada 30 kms2. En Venezuela, la simple división nos dice que cada alcalde administra – también de media – un territorio no menor a los 2900 kms2. Y lo evidente lo explícita Eickhoff: los venezolanos tenemos un gobierno local menos cercano que, obligado a formular e implementar soluciones a más problemas, más diversos y más dispersos, no es capaz de ejecutar una gestión tan efectiva. 

Por otro lado, la democratización alemana y por tanto la construcción de sus instituciones políticas se fundó en un proceso fiel al modelo federal. Se trató de una configuración del poder político ascendente – de abajo hacia arriba – en el cual los municipios jugaron un rol fundamental. Gracias a ello, han sido capaces de resguardar altos estándares de autonomía no sólo frente al Estado sino también frente a los partidos políticos. El caso contrario es precisamente el venezolano. Venezuela ha construido sus municipios alrededor de poderes externos a la dinámica local. Primero caudillos regionales, luego partidos políticos de rígida línea nacional, finalmente liderazgos con pretensiones universales. Incluso, cuando los municipios han ganado algún trazo de autonomía lo han hecho como concesión del poder central. El escueto proceso de descentralización que vivimos en la década de los 90 estuvo ideado y dirigido por autoridades nacionales que entregaron dádivas parciales a los municipios, históricamente incapaces de generar un movimiento propio que, con fuerza, irrumpiera en la escena política y “ganara” las herramientas para ejercer gobierno. 

A partir de los planteamientos de Eickhoff, presentados para contrastar la realidad europea de la latinoamericana, pudiéramos empezar a aceptar la idea de que el estado actual de Caracas es consecuencia de una tragedia mucho más amplia, que tiene historia y afecta a toda la región. En ese caso, tendríamos atenuantes para salvar nuestra responsabilidad. 

Pero esa salida sería demasiado honrosa. En el encuentro siguieron al derecho de palabra los representantes, actuales o recién pasados, de las municipales de Quito, Bogotá y Lima. Capitales andinas que comparten los mismos defectos aludidos por Eickhoff. Se trata de municipios extensos con grandes poblaciones y constituciones - históricas e institucionales - supeditadas al centralismo. 

Paco Moncayo nos señaló con lujo de detalles como, durante su gestión como alcalde, Quito se transformó. A través de la aplicación efectiva de la Gobernanza, la Planificación Estratégica y la Gestión por resultados, la municipalidad integró al sector público con la academia, el empresariado y la sociedad civil y los hizo participes de un proyecto de rescate de la ciudad colonial quiteña, la más grande de América Latina. Con gráficos e ilustraciones, Moncayo mostró resultados palpables en términos de recuperación del espacio público, ordenación urbana, legalización del trabajo informal y combate de la inseguridad; el antes y el después de una ciudad que ha ganado en términos de memoria histórica, identidad y autoestima pero también en ingreso y bienestar social: este año Quito recibirá 700 millones de dólares sólo por concepto de turismo. 

Paul Bromberg, sagaz físico con formas discursivas antipolíticas, nos narró su experiencia como alcalde transitorio de Bogotá, cargo que ocupó tras la renuncia de Antanas Mockus, de quien fue colaborador estrecho. La gestión Mockus-Bromberg, continuada por sus sucesores, se basó en la recuperación del fisco y la consolidación de un extensísimo programa de cultura ciudadana. Sin dinero, su principal promesa de campaña fue cobrar más impuestos y lo hicieron. Y con la recuperación de las finanzas municipales, emprendieron un agresivo proyecto de ordenamiento territorial, creación de espacios públicos y promoción de la conciencia e identidad ciudadanas. Sus éxitos se extraen de todas las áreas: más educación y de mejor calidad; servicios de salud de primera; niveles de inseguridad bajados de 120 (1994) a 20 (2006) homicidios por cada 100.000 habitantes. 

Senovio Nilo López, el actual regidor de Lima Metropolitana, atiborró su presentación de fotografías ilustrativas de dos momentos de una misma ciudad. Vialidad, recuperación de espacios públicos y programas sociales de avanzada presentan una gestión que le ha lavado el rostro a la ciudad. Lima cuenta incluso con clubes sociales – con piscinas incluidas - ubicados en las faldas de los sectores más populares y abiertos a ellos. 

Y como si no fuera suficiente, el secretario de Planeación de Medellín Carlos Jaramillo, nos presentó magistralmente los logros de una gestión fundada en la premisa de “a los más pobres, lo mejor”. Jaramillo hizo un constante paralelismo entre Medellín y Caracas, ciudades que comparten similares topografía, clima, demografía, disponibilidad de espacio e incluso problemas y oportunidades. La municipalidad nos mostró sus planes banderas. Desde el 2004, desarrollan una interesante estrategia de Presupuestos Participativos a la cual han comenzado a asociar a Planes de Desarrollo Local con visión de mediano plazo. Desde ese mismo año, han emprendido con el apoyo del Banco Mundial un proyecto de Gestión orientada por resultados y con el apoyo de la Universidad de Antioquia, un Observatorio de Políticas Públicas. Y gracias a la rigurosidad y el profesionalismo, Jaramillo pasó a mostrar resultados, de los que llegué a tomar apunte de la reducción significativa de la tasa de homicidios: de 184 por cada 100.000 mil hace menos de una década a 27 por cada 100.000 el año recién pasado. 

Municipios grandes asentados en metrópolis, con poblaciones concentradas, con amplias proporciones de ellas marginadas y excluidas, con agobiantes problemas de seguridad, convivencia ciudadana, espacio público, salud, educación, economía informal, transporte, vialidad, etc., hoy muestran resultados efectivos y avance significativos. Estas experiencias nos refuerzan la convicción de que es posible transformar la ciudad. Caracas puede hacer algo parecido. Tiene experiencias que consultar y, por encima de ello, tiene el acervo de capital social e intelectual necesario para emprender proyectos propios. Sin duda, Caracas tiene capacidad de gestión. 

Pero a Caracas le falta voluntad política. Separados por la diatriba asfixiante, hemos subsumido todo a la polarización Chávez-centrista. Nuestros dirigentes políticos y gobernantes de distintos niveles de gobierno son incapaces de ponerse de acuerdo para resolver los problemas estructurales que nos afectan. Los problemas se reproducen y crecen ante la acción parcial e insuficiente de los responsables. 

Hoy tenemos ciudad sin ciudadanos como hace doscientos años tuvimos república sin republicanos. Y en ese círculo vicioso hemos caído: ciudadanos escasamente preocupados por la ciudad votan por candidatos que, tutelados por los bandos en disputa, desconocen de gestión eficaz y desde las alcaldías reproducen incesantemente los fracasos que hemos vivido en los últimos años. Un ciclo que sólo podría romper una irrupción masiva de movimientos comunitarios, civiles y privados que exijan buen gobierno y ofrezcan participación ciudadana. Sólo una gran coordinación de iniciativas ciudadanas sería capaz de ·”sacudir la institucionalidad”, tal como lo exigió Calderón en el discurso que dio cierre al evento. 

A fin de cuentas, todos los ponentes tuvieron una gran coincidencia, que es lección pero también llamado a la acción: una gran transformación sólo es posible cuando se juntan y empujan en una misma planificada dirección gobernantes, funcionarios y ciudadanos. Y, como es usual al menos en la política democrática, es más razonable esperar la iniciativa de los últimos y la reacción de los primeros y los segundos. 

Carlos Miguel Rodrígues
11 Oct. 2009



6.10.09

Las Guerras de Michael Klare

Hace ya algo más de un mes que he terminado de leer el afamado “Guerras por los recursos”. Nada demasiado espectacular. Tesis simples bien sustentadas y justificadas, en ocasiones hasta el exceso. Un libro sensación en los medios académicos vinculados a las Relaciones Internacionales el que ha escrito Klare con el objeto de desarrollar la hipótesis de que las guerras del futuro inmediato estarán determinadas, de manera principal y estructural, por la búsqueda, posesión y aseguramiento de las fuentes de recursos naturales indispensables para la vida humana.


A pesar del atractivo de su tesis, Klare no le restará importancia al sustrato étnico, cultural-civilizatorio, religioso e incluso ideológico y político que existe y seguirá existiendo en la motivación efectiva de muchos conflictos armados. La tesis de Klare no es de tal forma determinista. El autor se limita a alegar que estas dinámicas estarán supeditadas a la nueva lógica del sistema internacional, fundada en la creciente importancia del poderío industrial y de las dimensiones económicas de la seguridad. De esta forma, reserva a la lucha por los recursos la condición de principio rector del nuevo entorno internacional post-guerra fría y lo superpone a tratados tan publicitados como el choque de civilizaciones de Samuel Huntington, el ingobernable estado de anarquía y desorden de Robert Kaplan o la primacía de los asuntos suaves de agenda bajo el influjo de la globalización económica, postulada y defendida por la escuela neoliberal.


Klare se da a la tarea de construir un triángulo estratégico que defina la ecuación de los recursos y que explique su condición de fuente de tensiones internacionales. En esta piramide del desastre mundial, el primer vértice está conformado por el crecimiento incesante y vertiginoso de la demanda de recursos a escala mundial. Se trata de un ritmo insostenible basado en el crecimiento demográfico y la extensión de la industrialización. Hay más personas y las personas quieren vivir mejor, con la natural consecuencia de un ritmo frenético del ciclo depredación-producción-consumo que pone en riesgo la subsistencia humana.


Al lado y como consecuencia de una demanda insaciable, han comenzado a aparecer carestías significativas en la disponibilidad de algunos recursos. De acuerdo a un estudio de comienzos de siglo realizado por el Fondo Mundial para la Naturaleza, entre 1770 y 1995 la tierra perdió cerca de un tercio de la riqueza natural disponible. En particular, los hidrocarburos y el agua están sensiblemente tocados por las posibilidades de agotamiento, que sólo hacen más inclemente la competencia por el aseguramiento de las reservas.


Por último, el triángulo se cierra con el factor explosivo: las localizaciones de muchas fuentes o yacimientos clave están compartidos entre dos o más países, o se hallan en regiones limítrofes disputadas de las zonas económicas exclusivas. Cuando los Estados agoten sus reservas internas, pretenderán posesionarse de aquellas que poseen en común, con las graves consecuencias que ello podría traer.


Orientado por estas tres premisas, el autor desarrollará una caracterización de las posibles zonas de conflicto inminente, dándole contenido concreto al principio según el cual “la historia humana se caracteriza por una larga sucesión de guerras por los recursos”. A lo largo del texto, Klare detallará las tensiones explosivas que rodearán la competencia por la posesión, dominio y aseguramiento de las fuentes petrolíferas y sus zonas de paso, las masas de recursos acuíferos, los diamantes, el oro, los minerales de utilidad productiva y la madera de construcción. En estas disputas y conflictos, se verán involucrados una infinidad de Estados, además de las conflagraciones que son susceptibles de desatar dentro de cada unidad nacional, entre diversos actores en disputa por el control político. Un panorama bastante oscuro, que redefine el mapa del conflicto internacional ahora en torno, no a dos grandes bloques de Estados y sus zonas de interés geopolítico sino a las zonas de reserva de recursos y su interés geoeconómico.


Sin embargo, al final del texto, Klare intentará atemperar en cinco páginas la gravedad que expuso en doscientos setenta. Propondrá una estrategia para adquirir y administrar los recursos escasos y valiosos sobre la base de un sistema de cooperación internacional. Bajo este sistema, instituido sobre la base de instituciones internacionales sólidas, se desarrollaría una política de distribución equitativa de las existencias mundiales en situación de carestía aguda junto a un programa coordinado de investigación en busca de soluciones sustitutivas. Klare no cae en dubitaciones: o seguimos por el camino de la competencia cada vez más intensa por los recursos, que nos lleva a estallidos periódicos de la conflictividad, o elegimos la gestión de las reservas mundiales mediante un régimen cooperativo. Esas son las opciones de nuestro siglo XXI. Aleia jacta est.



Carlos Miguel Rodrígues
05/10/2009

Portugal: Forjando Alternativas

En estos días abundan los temas noticiosos sobre los cuales valdría la pena escribir y, como precondición para hacerlo con sentido, reflexionar. Quizá no sea un rasgo peculiar de estos días. En un mundo que vive de la instantaneidad de la noticia, convertida en acto reflejo de las agencias de prensa, la información se ha convertido en sinónimo de vida. Una somera revisión por el “minuto a minuto” de los sitios web de las grandes cadenas informativas nacionales o internacionales nos confirma que, efectivamente, minuto a minuto es tomado en su sentido más literal y, en cuestión de una hora, podemos encontrar cuarenta o cincuenta notas de prensa que nos hacen olvidar las de hace apenas media jornada.

Sin embargo, el compromiso adquirido con anterioridad me impele a remontar una semana cargada de hechos y sucesos para mirar al domingo 27 de septiembre. Un mundo completamente distinto desde el punto de vista de las agendas informativas el de hace solo una semana, cuando el Partido Socialista venció en las elecciones legislativas portuguesas y renovó la legitimidad democrática de José Socrates, primer ministro por cuatro años más. Al comentar las elecciones alemanas del mismo día supe que mis posteriores referencias a Portugal estarían cargadas de repeticiones irreflexivas: los paralelismos saltan a la vista y reafirmarlos es el objetivo de este artículo.

Vale la pena meditar sobre los resultados electorales, que dan para cualquier cantidad de conclusiones. El Partido Socialista obtuvo la mayoría simple de los votos. Con su 37%, muy lejos quedó de la mayoría absoluta conquistada cuatro años antes, cuando la debacle de su principal rival - el Partido Social Demócrata - le sirvió en bandeja de plata las esperanzas de la mitad de los portugueses. Precisamente, los socialdemócratas – que paradójicamente al igual que sucede en Brasil no creen en la socialdemocracia y se ubican en la centroderecha, más cerca del PP que del PSOE – fueron de la preferencia de un 29% de los electores. Ambos, los dos partidos-núcleos de la política portuguesa, sólo sumaron dos tercios de los votos.

Evidentemente el voto se disgregó, un fenómeno similar a lo que ocurrió en Alemania. Ante esto, muchos se atreven a proclamar el fin del bipartidismo y el comienzo de un multipartidismo moderado: los otrora partidos pequeños se convierten en actores medianos de un proceso político que permitirá escuchar más voces y exigirá mayores niveles de negociación.

En esta onda, los portugueses le han dado un leve progreso electoral – 10% - y una veintena de diputados al Centro Democrático Social, el partido más a la derecha de los electoralmente significativos. Muy cerca ha tocado la campanada de las elecciones. El Bloque de Izquierda (BE) ha casi duplicado su número de votos y diputados y ha registrado el mayor éxito electoral frente a 2005 de los partidos participantes. Con 16 diputados y un 9.6%, al BE le quedó la desazón de no haber conquistado el perfilado puesto de tercera fuerza política del país. Finalmente, una mezcla de comunistas y ecologistas ha sido liderada por un viejo dirigente político y han aumentado también su caudal electoral. El 7, 8% de los portugueses han votado a la opción, nominalmente, más a la izquierda de la contienda.

A estos resultados se les han impuesto una ya amplísima cantidad de interpretaciones. Como en todos los países, cuando los ciudadanos terminan de ejercer la democracia del voto, los especialistas - políticos o académicos - dan rienda suelta al ejercicio inclemente de la democracia de la opinión. Con la ventaja de que en Europa no existe el prurito de llamar izquierda a lo que tal cosa es y derecha a lo que se expresa políticamente en esos términos. Afortunadamente, los europeos no tienen el problema latinoamericano de convivir con una amplia serie de dirigentes tecnocráticos que, no conformes con negar su origen ideológico, le restan vigencia a las diferencias “trasnochadas” entre izquierda y derecha. En Europa se entiende que la política y la técnica conviven y se complementan; han superado ya el déficit intelectual de jugar a la antipolítica como el más eficaz ejercicio político.

Por mi parte, ajeno al rango de especialista, me conformaré con sentar sobre un diagnóstico crítico mi deseoso interés de ver a Portugal gobernada por una amplia coalición de izquierda, que sea capaz de unir en un solo proyecto de transformación social las distintas miradas que buscan integrar una distribución más justa de la riqueza a un régimen democrático más participativo.

Precisamente, el voto progresista portugués ha sido mayoritario. Desde la revolución de los claveles y el fin del protofascista régimen del Estado Novo, el Partido Socialista ha sido la fuerza política más solida y consistente del país. Socialistas y comunistas participaron activamente en el derrumbamiento de la dictadura y juntos construyeron un régimen constitucional que se integró rápidamente a la Comunidad Europea y que ha sacado grandes beneficios de su vocación europeísta. En razón de la heroica aura que le rodea, el Partido Comunista ha mantenido una fuerza política – sobretodo sindical – que le ha permitido sostenerse a pesar de su moratoria en asumir una renovación programática. Finalmente, una fuerza política joven como el Bloque de Izquierda – nacida en 1999 – ha entrado al debate político de lleno y ha conquistado espacios importantes de poder, capitalizando un discurso que exige de la política más ética y de la economía más equidad.

Juntos, los partidos progresistas han conquistado casi el 55% del voto popular. Algo común en Portugal, donde lo exigido por Ségolene Royal se ha logrado: convertir la mayoría progresista que existe en la opinión de los europeos en mayoría también en sus votos.

Sin embargo, en estos últimos cuatro años, los portugueses han notado que no son matizables las diferencias que existen entre los integrantes de esta mayoría. El gobierno de Socrates se ha caracterizado por su timidez. El estructural déficit en cuentas públicas, dejado por Durao Barroso en niveles exorbitantes, exigió del gobierno socialista disciplina fiscal y reducción del gasto público. Los socialistas han defendido políticas neoliberales que le han ganado la aversión del Bloque de Izquierda, al punto de convertirlo en el partido más duramente crítico de la administración Socrates en la recién finalizada campaña electoral. Por su parte, BE y PC han jugado a radicalizar sus posturas y han entrado en luchas intestinas por conquistar el descontento de izquierda frente al gobierno socialista. Han repetido la historia de lucir como una izquierda irresponsable, sabiamente crítica pero inevitablemente opositora.

La campaña levantó la tirantez y las heridas están frescas. El domingo, cuando Socrates daba su discurso de victoria, todos sabían que lo obvio – una alianza con sus partidos más cercanos – no era opción real. Durante la campaña y en particular cuando la demoscopia arrojaba empate técnico entre el PS y el PSD, Socrates extendió la mano al Bloque de Izquierda y le hizo recordar que, cuando el PS se debilita, la derecha se fortalece. La inmadurez no dio para entender que los socialistas pueden actuar ocasionalmente - obligados por las circunstancias - como neoliberales, pero que los neoliberales actuarán siempre como tales. Afortunadamente, el carisma de Socrates y el escándalo de montaje mediático que involucró a los socialdemócratas, salvó la partida y evitó que un gobierno progresista pagará con su salida del gobierno los defectos de un sistema que siempre ha propuesta transformar.

Evidentemente y al igual que ha sucedido en Alemania, hoy los progresistas portugueses no se imaginan juntos. Pero el escenario pudiera facilitarles el trabajo. Vienen cuatro años difíciles, con una oposición de derecha concentrada en volver al poder y un gobierno asediado, con una estrecha salida que le conduce a negociar con su ala izquierda. A ello deberá apostar Socrates, quien ha propuesto de manera genuina un programa de mayor alcance social, centrado en superar la crisis. Junto a su partido, el Bloque y los comunistas entrarán al parlamento de lleno, con la consabida obligación de ser más políticamente responsables. El panorama les obliga a sentarse y la madurez les instará a acordar, con lo que, quizá, podríamos ver nacer, crecer y florecer la alternativa de un frente políticamente sólido, forjado alrededor de un Portugal y una Europa más social. No es cuestión de hecho fácilmente realizable, pero nadie ha dicho que hacer política desde las convicciones progresistas lo fuese.

Carlos Miguel Rodrígues
04/10/2009