Decepcionante. El nivel del actual debate político venezolano es, cuando menos, decepcionante. A un país segmentado a nivel mediático –la realidad es plural y diversa- en dos grandes ‘bloques’ políticos que proclaman con fastuosidad la grandeza de sus confrontadas luchas, no se le corresponde en absoluto un nivel tan deficiente de producción, circulación y discusión de ideas políticas.
Comenzando por los propios altos niveles dirigentes, no hay suficiente fuerza argumentativa para darle plataforma a epopeyas como la construcción de un nuevo socialismo, superador del capitalismo y ajeno a las degradaciones ‘reales’ del pasado, o como la defensa del mundo de derechos y libertades que caracterizaron la génesis y expansión de la democracia moderna. Sencillamente, se habla de tareas demasiado grandes para realizarlas desguarnecidos de un instrumental articulado y coherente de planteamientos, razonamientos y propuestas. Nuestra diatriba política está henchida, pero me temo que principal y casi exclusivamente de consignas vacías. Muy pocos se atreven a salirse de un trillado y memorizado libreto que ya se plasma sobre un papel arrugado y sucio de tanto haber sido manoseado.
En ese marco estrecho de visiones unívocas y no debatibles, se castiga con el destierro de las pantallas de televisión -o lo que es lo mismo, con la muerte política- al que se atreve a disentir. El ‘si, pero…’, o el ‘no, porque…’ están prohibidos. Son señal de autonomía hereje. Para ellos, solo queda una respuesta posible: la arrolladora andanada de descalificaciones, propias de un debate personalizado, que prefiere matar al mensajero antes que quemar su carta.
Las realidades exteriores a la nuestra pasan, en este universo al revés, a ser simple reflejo de la diatriba interna, tal como si fuéramos luz del mundo y sal de la tierra. Y bajo el influjo poderoso de Antonio Leocadio Guzmán, se espera conocer la posición del adversario para asumir acríticamente la inversa. En ello, nuestra oposición es fiel y persistente. En su afán convencido de pensarnos estúpidos, critican que algún Jefe de Estado extranjero reniegue de la ‘feroz dictadura’ que vive Venezuela, mientras defienden la militarización brutal de un país vecino por una potencia extranjera como ‘ejercicio autónomo de la soberanía’, aquella misma que se nos niega a nosotros a través de la denodada llamada a organizaciones internacionales a intervenir en el país.
En lo personal –y lamentando lo pretencioso que es argumentar luego de poner en severo cuestionamiento lo que otros han argumentado-, siendo como he sido, un crítico de errores, omisiones y desviaciones del actual gobierno venezolano, que no ha dudado en brindarle apoyo cuando ha reconocido sus muchos aciertos, he sentido siempre una especial consideración hacia la realidad boliviana. Y con ello, he lamentado el símil irreflexivo que se pretende hacer entre aquella y esta dinámica política: en América Latina, los tiempos de cambio que vivimos le permiten a cada país mantener su propio esquema, fijar sus propios objetivos y hacer uso de medios distintos para alcanzarlos Pretender obviar tal cosa es obstinarse en falsear la realidad de los hechos. Y la oposición venezolana vaya que lo hace.
Es difícil hacerle entender a un opositor que Bolivia mantiene una deuda secular de discriminación racial y socioeconómica. Que lo que está ocurriendo bajo el régimen de Evo Morales Ayma es un proceso de cambios parciales que expresan tal herencia y le dan curso pacífico y democrático a un resentimiento largamente amasado en décadas de explotación brutal. Que Bolivia camina, no sin tropiezos, un sendero de avances efectivos en materia económica y social pero también de rehabilitación ética y dignificación, valores intangibles pero caros a los pueblos. Que el término ‘populismo radical’ cabe mal a un gobierno basado en la simple pero humana ley vital indígena de ‘no matar, no robar y no ser perezoso’. Que el liderazgo e incluso gran parte de las bases –verbigracia, Juventud Cruceña- que adversan a Evo Morales merecieron bien durante décadas el calificativo de ‘oligarquías’. Ellas fueron y son de las más cerradas y racistas del continente y en su riqueza y presuntuosidad poco se pueden encontrar rasgos de honorabilidad.
Lejos del maniqueísmo, uno puede disentir con medidas concretas e incluso hasta con planteamientos generales que el MAS haya realizado en estos años. Es justo y creo que hasta necesario. Pero lo que no se puede es tapar el sol con un dedo y calificar bastardamente al régimen boliviano de paria y vulgar imitador del proyecto político del presidente Chávez. Son aliados, es cierto, pero ni los mismos Chávez y Morales deben creer conveniente y si quiera deseable, entresacar y transferir cual contenedores, políticas e iniciativas de una realidad a la otra.
En Bolivia, país record en número de golpes de Estado durante el siglo XX, se transpira ética en la política. Reducción de salarios de los altos funcionarios, combate intensivo a la corrupción administrativa, humildad en la dirigencia y vocería propia en la militancia, comunicación entre Gobierno y movimientos sociales y espacios internos abiertos para el diálogo, la diatriba y la diferencia, son factores que particularizan a Bolivia. No hay una asfixiante confrontación con potencias extranjeras y solo se exige respeto a la dignidad de un país soberano. Nada más que lo que Bolivia ofrece con una política exterior cuidadosa de decir las verdades en un tono que no las desacredite.
Un país tiene el legítimo derecho a colocar en su gobierno, rostros, contexturas y acentos que realmente lo representen, en el sentido más estricto del término. Bajo el mismo argumento usado por el Tea Party para proclamar la necesidad de que Washington vete a burócratas insensibles al sentimiento de patria y les reemplace por figuras como Sarah Palin, representante del ‘Estados Unidos profundo’, es más que valido considerar la justeza de que el indio Evo hable por los bolivianos.
Y sin embargo, tal cosa no ha visto renacer expresiones masivas de indigenismo radical ni excesos que devuelvan racismo al racismo. El vicepresidente García Linera es expresión de la convivencia multirracial de un movimiento que se nutre de distintas expresiones políticas e ideológicas. Se acepta la combinación de distintas formas de propiedad y producción, se respeta a los indígenas sus costumbres y vivencias, como también se satisface aspiraciones ancestrales de autonomía regional.
Hace poco, el candidato oficial a la Prefectura de La Paz –Félix Patzi- fue arrestado por conducir ebrio. Morales exigió su renuncia por comportamiento antiético. Con ética, el candidato aceptó. Los tribunales indígenas, constitucionalmente reconocidos, aceptaron su arrepentimiento. Le exculparon tras pagar una pena: elaborar mil bloques de adobe. El candidato lo hizo. Morales y el MAS no querían ceder. El candidato aseguró que había tomado alcohol por el dolor producido tras la muerte de una prima hermana. Mintió. Y el pueblo indígena también le dio la espalda. Ejemplo de ética en las pequeñas cosas. ¿Quién en su sano juicio cree con sinceridad que semejante cosa pudiera ocurrir en nuestro país, digamos, frente a las venideras parlamentarias? Sin duda, Bolivia es Bolivia. Venezuela es Venezuela.
Carlos Miguel Rodrígues
18 de Marzo de 2010
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