El gran ideólogo demócrata-cristiano Emmanuel Mounier lo calificó como el Lutero de un ateísmo en el que Marx sería el Pablo de nuestro tiempo, apóstol y fundador de la Iglesia. El español Fernando Savater aseguró que se trataba de “la razón social más fuerte de las letras europeas del siglo XX”. El Premio Nobel de Literatura Octavio Paz se mostró impresionado por su franqueza, rectitud y naturalidad tanto como por la agilidad de su pensamiento y la solidez de sus convicciones.
Jean-Paul Sartre nació en Paris en 1905, cuando despuntaba el alba de un nuevo siglo. Sobre su vida personal, muy poco se conoce. Las escasas referencias biográficas son extraídas, en su mayor parte, del opúsculo de Simone de Beauvoir, su compañera de vida. Sartre fue un hombre de ideas y convicciones. El rasgo distintivo de su vida fue la voluntad de actuar a través de la palabra escrita. Desde los 8 años, Sartre vivirá para escribir. De Beauvoir dirá tras la muerte de Sartre que éste se había autoimpuesto el mandato de testimoniar todas las cosas y de tomarlas por su cuenta a la luz de la necesidad; había que recrear al hombre y esa invención sería en parte la obra sartriana. Sartre no quiso que su vida entorpeciera su obra, por lo que redujo la primera a un esfuerzo permanente de edificación de la segunda.
Con ideas profundas y retadoras, Sartre se moverá entre la literatura, la filosofía y la política. La profunda reflexión que suscitó su obra, tanto entre sus contemporáneos como entre las siguientes generaciones, terminó por demarcar tres grandes ideas que, entresacadas de los miles de planteamientos sartrianos, resultan centrales para comprender al autor. Estas serán: en la literatura, su noción del escritor comprometido; en la filosofía, su radical idea de la libertad como valor intrínseco al hombre; en la política, su apuesta por la utopía, el desafío al marxismo ortodoxo y su reivindicación de la extrema izquierda.
Sartre se autodefinirá como un escritor “comprometido”. Lo que caracteriza al escritor, y lo diferencia a su vez del poeta, es su utilización del lenguaje como un instrumento: se sirve de él para explicar y apresar unas determinadas circunstancias. Con la palabra, el escritor nos remite a algo. La palabra no es más que una referencia que tiene por objeto posibilitar el acceso a las cosas. Es una representación del mundo, una imagen de la realidad. Por esta vía, Sartre llega a la concepción de la palabra como cierto momento de la acción por medio del cual denominamos a las cosas. Este acto siempre implica una intención concreta que resalta unos elementos y relega otros. A través del lenguaje, el hombre desarrolla la actividad más esencial inherente a la condición humana: descubre, revela y clasifica la realidad, ello con el claro objeto de orientar su transformación. El escritor, a fin de cuentas, resulta el profesional encargado de revelar las posibilidades de transformación de la realidad humana. Sartre es claro: “la función del escritor consiste en obrar de modo que nadie pueda ignorar el mundo y que nadie pueda ante el mundo decirse inocente”. En la raíz de tal idea está la abnegada labor literaria de Jean-Paul Sartre.
Gran parte de la obra literaria sartriana tiene fuertes implicaciones filosóficas. Sin embargo, la obra maestra de la filosofía sartriana no será literaria. En el Ser y la Nada (1943) expondrá con más detalle lo que será su mayor preocupación intelectual: la temática de la libertad y su vinculación con el compromiso, la elección y la responsabilidad. Para Sartre, la libertad está inextricablemente unida al compromiso. Sólo el hombre libre puede comprometerse, sólo el hombre comprometido puede llegar a ser libre. Una vida sin compromisos es una vida desarraigada.
La libertad es característica de la humanidad. Sólo el hombre puede llegar a ser libre porque sólo él puede, en sentido estricto, elegir. El hombre debe escoger un camino; debe elegirse a sí mismo y definir su proyecto. En ese sentido, el hombre libre es el que ha elegido y asume su elección. Mientras no recorremos un camino elegido libremente no somos libres, más aún, no “somos”. Vivimos pero no existimos. En consecuencia, la libertad no significa la apertura a un mundo infinito de posibilidades. Por el contrario, se trata de un mecanismo de cierre: elegimos un solo camino y nos identificamos existencialmente con él. Sin embargo, Sartre atemperará el carácter radical y absoluto de su libertad al contrastarlo con la existencia de los otros y la presencia permanente de nuestro pasado. Los otros limitan nuestra libertad al convertirnos en objetos: sus miradas nos convierten en cosas, sus proyectos nos transforman en instrumentos. Nuestro pasado también obstaculiza la pureza de nuestra elección. Lo que hemos hecho antes condiciona nuestras posibilidades presentes.
Finalmente, Sartre asume la más profunda limitación a nuestra libertad. Se trata de la facticidad, de la situación, de la realidad circundante. El autor, en una genial descomposición de argumentos, concluye que tal limitación es inexistente. A fin de cuentas, somos nosotros, al definir nuestro proyecto, los que le damos sitio, relevancia y alcance a lo fáctico. Dependerá a fin de cuentas de nuestra libertad el papel que cada cosa y situación jueguen en nuestro proyecto. No son situaciones dadas; las reconstruimos y redefinimos dándoles el carácter que deseamos. Por esta vía llega Sartre a la conclusión más radical de sus propuestas: el hombre es un ser responsable. Nada puede excusarle de asumir la responsabilidad por sus actos y omisiones.
Políticamente, Sartre se involucrará en distintas polémicas. Desde la redacción de Los Tiempos Modernos, expresará sus feroces críticas contra la guerra en Argelia, la invasión soviética de Hungría y la política interna francesa. Desde joven, se presentará cercano al marxismo. Sus vivencias personales al lado de la clase proletaria le harán idealizarla como sujeto revolucionario. Su compromiso político se expresará permanentemente por una opción radical de transformación social. Hijo del marxismo, cuestionará radicalmente su fosilización y estancamiento, ejemplificados en la Unión Soviética. En lugar de una comunicación fluida entre teoría y praxis, la URSS se había conducido hacia una anulación de la realidad. El marxismo se había dogmatizado y simplificado a la luz del estalinismo, que había cerrado cualquier posibilidad de debate interno y refrescamiento de ideas.
Como consecuencia de esta verificación, Sartre se alejará del marxismo oficial – siendo demonizado por el Partido Comunista Francés – y optará por una vinculación más estrecha con grupúsculos anarquistas. Sartre definirá su modelo ideal de sociedad a través de tres principios básicos: abolición del Estado, eliminación de la Sociedad y desaparición de la pobreza. Tras su muerte en 1980, Sartre será reconocido por su compromiso político radical y por sus consecuentes acciones, siempre ajustadas a sus convicciones.
Carlos Miguel Rodrígues
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