9.4.10

Los valores en el discurso político

El psicólogo social Milton Rokeach construyó en su trabajo ‘Nature of Human Values’ una teoría que, con base en una escala reducida de valores, pretendía explicar el pensamiento y comportamiento humanos. La hipótesis básica de su estudio es que la mayoría de las personas conforman sus actitudes, opiniones y posiciones sobre cualquier tema, a partir de la referencia a algún valor socialmente definido y aceptado. Bajo esas premisas, propuso un método para el análisis de los valores en el discurso político fundamentado en la medición de dos principios esenciales –libertad e igualdad- seleccionados por su condición de estructurantes del proyecto de la modernidad.

En un trabajo empírico, rastreó la presencia de dichos elementos axiológicos en documentos básicos representativos de lo que consideró las cuatro principales orientaciones ideológico-políticas del siglo XX, léase, la socialista, la comunista, la capitalista y la fascista. Los documentos elegidos por cada doctrina tenían una similar extensión, de forma que pudieran servir al objetivo de realizar un conteo de las frases referenciales sobre libertad e igualdad. Estas menciones se dividieron en positivas y negativas. Los demás valores que fueron apareciendo en los textos se clasificaron en terminales –objetivos finales y definitivos- e instrumentales –orientados al logro de los primeros-. Cada nuevo valor-frase que aparecía al menos 5 veces, era incluido dentro de la tabla jerárquica.

De esta forma, Rokeach arribo a resultados básicos pero promisorios. En el análisis de textos de Adolf Hitler, la igualdad totalizó -72 –los valores son producto de la sumatoria entre referencias de signo positivo y negativo, por lo que los resultados por debajo de 0, refieren mayor presencia de la frase contraria- y la libertad -48. Al otro extremo de la tabla, los valores más apreciados del fascismo serían la pureza racial (57), la fuerza de carácter (48) y la fortaleza (37). Para el capitalista Goldwater, la libertad (85) es abiertamente preferible a la igualdad (-10). Aquel es el más promovido de los valores, seguido de lejos por el mundo ordenado (24) y la defensa nacional (22).

La selección de autores socialistas europeos le permitió a Rokeach demostrar que existe una muy próxima valoración entre libertad (66) e igualdad (62), producto de la noción de mutuo condicionamiento que está en la génisis del pensamiento socialdemócrata. Junto a ellas, se encuentra el factor intelectual (29), implicado en la necesaria creación ideológica-política que se precisa para formular un proyecto integrador de libertades públicas y justicia social. Finalmente, Lenin es un amante de la igualdad (88) con grandes reservas hacia la libertad, apellidada por él de ‘burguesa’ (-44). Fortaleza (20) y convicción (18) se requerirían para construir la sociedad sin clases, base de la aspiración comunista.

Los resultados de Rokeach, de los que solo presento un atisbo, fueron de sumo interés para el mundo académico de su época. Se trató de una forma novedosa de análisis del discurso, cuyo valor agregado podía ser aprehendido y utilizado no solo en la propia psicología social, sino en la lingüística, la ciencia política y la sociología. Por su valor intrínseco, la experiencia fue replicada con éxito en otros contextos y con base en otros documentos, por lo que se constituyó en herramienta de utilidad significativa para el análisis de los valores en el discurso político.

Aprovechándose de ello, el profesor ucevista Luis Britto García desarrolló en los años 80 un proyecto similar, esta vez aplicado a la metanarrativa populista. Para ello, tomó como objeto de estudio textos de diferentes épocas y diversos géneros, desde el panfleto del ‘Plan de Barranquilla’ hasta secciones de ‘Venezuela, Política y Petróleo’, pasando por discursos políticos de mitin callejero y de balance de gestión ante el Congreso, todos por supuesto de un único autor: Rómulo Betancourt.

Lo primero con lo que se topó fue con la necesidad ineludible de definir un género particular del discurso político para el populismo. Britto García debió establecer una nueva tabla de valores, propia de la especificidad populista.

En Betancourt el valor terminal más mencionado es el de abastecimiento (112), referido a la responsabilidad del Estado y del partido de suministrar a la población los bienes y servicios de primera necesidad. El poder del Estado es el segundo valor más frecuentemente mencionado (99), muy por encima de las referencias del fascismo en textos de similar extensión. En casi todas las menciones, la figura estatal viene vinculada a la idea de ‘abastecedor’ de bienes y servicios, en estrecha correspondencia con el valor anterior.

La misma constelación explica la alta incidencia de la mención salarios (49), basada casi siempre en el incremento salarial, y en un menor grado, en la crítica a las aspiraciones excesivas de la clase obrera, las cuales atentarían contra la cooperación trabajo-capital. El cuarto y quinto valor –independencia económica nacional y unidad grupal- vienen vinculados a la disputa populista contra sus primeros adversarios: el capital foráneo que pretende controlar la industria petrolera por un lado, y las fuerzas caudillistas y terratenientes que pretenden mantener el poder político y retrasar el impulso modernizador, por el otro.

En el terreno de los valores instrumentales, Betancourt intenta definirse a sí mismo y a su organización. Por ello, tres grupos de valores –activo y eficiente, honesto y moral, intelectual- refieren a autodefiniciones. En las palabras de Betancourt, importa mucho que se actúe. Hay una oda a la acción incluso con independencia de la eficacia, eficiencia y oportunidad de la misma. En el discurso, el carácter de activo está asociado a las referencias de perseverante, responsable y vigoroso, que definen el liderazgo de Acción Democrática. No por casualidad ‘Acción’ está allí.

Por el otro lado, están los valores que definen el pensamiento accióndemocratista, en contraste con sus adversarios más importantes. En una primera etapa, la confrontación con el caudillismo tradicional se traduce en la prevalencia de la ley, identificada con poder civil y civilización y contrapuesta a personalismo, poder de facto y barbarie. En una segunda etapa, se privilegia la colaboración de clases, enfrentada a las disolventes y antinacionales doctrinas de la lucha de clases. Se trata de un valor asociado al policlasismo del partido.

Entre las conclusiones más precisas y enriquecedoras a las que llega el profesor, valdría la pena destacar dos: por un lado, la altísima presencia de dicotomías, propias de un pensamiento polarizador. Así como en una primera etapa, la prosperidad, el desarrollo nacional y el aumento de la calidad de vida de la población se definían en su negatividad frente a las fuerzas tradicionalistas y caudillescas, tras la llegada al poder y la ‘moderación’ política, se define lo nacional, lo popular y lo democrático –básicos en el populismo- en contraste con el comunismo internacional y la izquierda sovietizante.

La segunda gran conclusión deja más claras las prioridades populistas. Es evidente la preponderancia de los fines sobre los medios: el abastecimiento aparece varias veces más que la producción; los salarios están por encima del empleo; las elecciones por encima de la democracia. Incluso el poder del Estado aparece, siendo un medio, como un fin en su mismo. Se transmite así la ilusión de que los bienes y servicios, y los salarios para acceder a aquellos, llegarán sin trabajar y producir, sin realizar mayores esfuerzos; el Estado los proveerá ilimitada e ininterrumpidamente, y lo hará sobre la base de la colaboración de clases en torno a un proyecto popular, democrático y nacionalista. Tal sentido discursivo es claro en el mismo slogan del partido: Pan, Tierra y Trabajo no se corresponde con el sentido causal de una tierra que se trabaja para obtener el pan.

Sin duda, evidencia prima facie de la argumentación sostenedora de un régimen rentístico petrolero, que se benefició durante mucho tiempo de unos niveles de ingreso suficientes para distribuir ‘dádivas’ y mantener estables los marcos sociales, pero que, sin embargo, llevaba desde su origen el germen de su destrucción.

Sería interesante que este tipo de trabajos pudieran replicarse sobre una selección de textos representativos del actual proyecto discursivo-político en el Gobierno. Con ello podríamos alcanzar a saber con mayor exactitud cuánta de esta agua que pasa bajo el puente no es reciclaje de una tradicional postura venezolana. Quizá, y solo quizá, descubramos que esta primacía de fines sobre medios continúa vigente, expoliando las expectativas populares sin una sustentación material real. Y peor aún, podríamos topar de frente con una tendencia que resta importancia a los masivos esfuerzos y voluminosos sacrificios que exige la construcción del poder popular y la economía socialista, prefiriendo darle continuidad a un sistema de reivindicaciones asistencialistas. Mao Tse Tung, que conocía bien el paño, lo dijo con insuperable clarividencia: ‘la revolución no es una cena de gala’.

Carlos Miguel Rodrígues
09 de abril de 2010

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