3.4.10

Testimonios sobre la vigencia de izquierdas, centros y derechas (I)

Mucho se dice y contradice sobre la conveniencia e idoneidad de utilizar las etiquetas 'izquierda', 'centro' y 'derecha', para encuadrar el pensamiento y la acción políticas de individuos, grupos y gobiernos. Al menos en el mundo de los que hacen política –ya sea como militantes o dirigentes de un partido, como analistas o simples comentaristas televisivos de los hechos políticos, como investigadores especializados o incluso como gobernantes- está cada vez más extendida la proferida tesis de que tales categorías conceptuales perdieron vigencia y no se corresponden con una supuesta nueva realidad que estaríamos viviendo.

‘Ya no nos sirven’, ‘no explican la realidad’, 'son cosas del pasado', ‘son simplificaciones de dinámicas complejas’, ‘son sesgos ideológicos que disfrazan los hechos’, ‘es imposible hoy clasificar entera e integralmente a alguien bajo esas denominaciones’, son las expresiones que más comúnmente se escuchan, provenientes de aquellos que creen que tales términos fueron ideados en otra época, para explicar otras condiciones, vividas por otros sujetos políticos.

No comparto esta visión. O no la comparto al menos en su totalidad. Pero debo matizar que la repetición de este discurso me parece más o menos justificada y, por tanto, aceptable, dependiendo de quien sea su vocero. Entiendo como parte de la polémica estrictamente electoral, que políticos profesionales aleguen la superación de esos conceptos, especialmente cuando sus adversarios pretenden asignarles esos rótulos, con lamentables efectos sobre sus índices de popularidad. Lo que me parece más difícil de entender es que politólogos, ‘cientistas’ políticos e incluso individuos que, sin titulación universitaria, tienen por hobby estudiar y analizar fenómenos relativos al poder y a la política pública, desdeñen la utilidad de las etiquetas y las condenen como ‘manifestaciones ideológicas’, poco serias y poco fiables. La intención de mi artículo es polemizar, en el buen y más considerado sentido de la palabra, con esta gente y colocar en blanco y negro mis argumentos favorables a la vigencia de izquierdas, centros y derechas –en plural por su innata diversidad.

Antipolítica y Tecnocracia

Algunos argumentan que las clasificaciones son parte de un instrumental ideológicamente afectado, que un buen analista, objetivo, neutral e inmaculado, no debería utilizar. Además de que pensar tal cosa es presumir al estudioso de la política como un ser aséptico, que en la realidad no existe, resulta que, sin darse cuenta, estos ‘científicos neutrales’ reproducen un discurso que tiene como hipótesis básica la noción de que el objeto de estudio de su ciencia –la política- no tiene vida propia.

Es la palabrería de la antipolítica, manchada con toques de tecnocratismo presuntuoso. Sus partidarios defienden la superación de nuestros conceptos por el simple motivo de que la razón técnica está por encima de las subjetivas propuestas ideológicas: la verdad que aquella propone es la verdad objetiva, pragmática, frente a estas falaces soluciones dogmáticas, llenas de juicios de valor y ajenas a las realidades concretas. Embebido de estas ideas, Francis Fukuyama proclamó un único modelo de hacer y organizar la vida en sociedad y declaró muerto el debate político. Si se someten calladamente, los estudiosos de la política estarían arriando banderas y, peor aún, dando abiertamente la razón a aquellos que quieren destruir el objeto de su estudio, el consumidor de su tiempo y la fuente de sus ingresos. Es algo similar a lo que ocurriría si los politólogos aceptaran acríticamente la idea de que la realidad política e ideológica –al formar parte de la superestructura- no tiene más vida que la que le refleja el entramado de relaciones económico-sociales. Más valdría entonces concentrarnos en estudiar éstas, si es que algo quisiéramos entender de aquellas.

Pero más allá, este discurso antipolítico tiene connotaciones antidemocráticas. La base de la democracia moderna y representativa –que bien podría discutirse si es realmente democracia-, es la competición libre de distintas propuestas político-ideológicas en función de alcanzar el mayor número de aceptaciones ciudadanas, expresadas mediante el voto. Si presumimos que las derechas, los centros y las izquierdas no existen, no solo diluimos el carácter de ‘diversos’ de los planteamientos partidistas, sino que nos hacemos partícipes del planteamiento que defiende la existencia de una única verdad objetiva y una sola solución pertinente, base sobre el cual se trabajan cómodamente la imposición de un pensamiento único, el silenciamiento de las disidencias y la restricción de las libertades. O así al menos fue durante las pasadas décadas en nuestro subcontinente.

Complejización de la Política

Sin duda, las sociedades y sus formas de hacer política se han complejizado desde que en la Asamblea Nacional Francesa, los diputados decidieron distribuirse en las alas del hemiciclo: monárquicos a la derecha, radicales republicanos a la izquierda, moderados al centro. Tras la edificación de las concepciones políticas a partir de gérmenes clasistas, muchos creyeron que un proceso de relativa igualación económica, política y social, podría conducir al fin de las clases y, por tanto, de sus ideales y cosmovisiones. Tras la revolución industrial y la emergencia de la sociedad de masas, las ideas de izquierdas, centros y derechas –de matriz eurocéntrica- tenían como base la disputa eminentemente moderna entre el factor capital y el factor trabajo. Tal división era un subproducto del régimen capitalista y, como tal, sigue existiendo hoy, bajo otras modalidades, con otras expresiones. Pero justo es reconocer que no sigue ejerciendo ese rol nuclear que tuvo en la dinámica política de buena parte del siglo XX. La política en ese sentido se ha complejizado. Existen hoy disputas ecológicas, de género, raciales, de orientación sexual, incluso de formas de organización, que no calzan dentro de la concepción cerrada y tradicional de las derechas, centros e izquierdas.

En ese sentido, aunque la política moderna fue diversa, hoy lo es más aún. Se han levantado miles de nuevos puntos de fricción que han adquirido autonomía y personalidad propia. Ello invita a pensar en una redefinición de las categorías. Y yo estoy convencido de que tal cosa ha venido ocurriendo. Porque ser de izquierda hoy implica muchas más cosas, diferentes y nuevas, que las que implicaba hace 20 años. Como ser de izquierda en Venezuela es una cosa distinta a serlo en Singapur. Los conceptos se han moldeado para seguir explicando la realidad. ¿Qué duda cabe que la defensa del derecho de las mujeres a disponer sobre su cuerpo o la potestad familiar de poner fin a la vida de uno de sus miembros en coma son posiciones de marcaje progresista? Y por el otro lado ¿Quién puede debatir que la defensa a ultranza del Estado mínimo, la economía de mercado y el incentivo a la competencia en la prestación de servicios básicos como la salud y la educación son posturas más vinculadas a algún pensamiento de derecha? Derechas, izquierdas y centros se han ampliado, han crecido y se han llenado de nuevos significados, a pié de los dictados de la misma realidad.

Simplificación de la Política

Paradojicamente, un amplio grupo de gente sostiene que lo que hemos vivido recientemente, bajo la ola de extensión de la fórmula de libre mercado en la economía y democracia representativa en la política, es un proceso de simplificación del debate ideológico, con una consustancial reducción de las diferencias. Es el verbo, por ejemplo, de la OEA y de la Unión Europea. Algo a favor de ellos juega el hecho de que las opciones más extremas del continuum derecha-izquierda, han perdido vigencia por su incapacidad de ofrecer soluciones viables. Sin embargo, una cosa es la moderación de las alternativas y la construcción de consensos mínimos nacionales –que deben partir de acuerdos dentro de esas mismas naciones y no de imposiciones culturales globalizantes-, y otra cosa es la imposición de una única forma de ver y hacer la política. Existen diferencias entre un gobierno como el de Alan García y otro como el de Lula da Silva. Y eso a pesar de que, nominalmente, ambos comparten un basamento de democracia, Estado de derecho y mercado. El que se trasladen las disputas de conflictos principistas como los pasados capitalismo-comunismo, democracia liberal-democracia popular, estatismo-neoliberalismo, a miles de pequeñas diferencias menores, que marcan matices, no nos autoriza a certificar la desaparición de las concepciones ideológicas como sí su reformulación. (Continuará en segunda parte)

Carlos Miguel Rodrígues
03 de abril de 2010

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