5.4.10

Testimonios sobre la vigencia de izquierdas, centros y derechas (II)

Los teóricos del pensamiento crítico han identificado y clasificado en sus trabajos un largo listado de falacias, comúnmente utilizadas en nuestras expresiones verbales, orales y escritas. Una de las más usuales entre tantas es la falacia ad verecundiam, que pretende construir la justificación de un argumento a partir del recurso a la autoridad de algún nombre importante, de alguien ducho en la materia que se discute. Se trata del argumento del tipo ‘es cierto porque lo dijo (…)'. Sin duda, una simplificación imperdonable.


Sin embargo, tal cosa no es lo mismo que documentarse sobre investigaciones previas y aprovechar sus resultados como bases sobre las cuales fijar posición. Autores como el italiano Norberto Bobbio –Derecha e Izquierda- y el brasileño Luis Carlos Bresser Pereira –Actualidad de la izquierda y la derecha, Ideologías económicas y democracia en Brasil, la paradoja de la izquierda-, son expresión no solo del pensamiento de dos continentes diferentes, sino de dos tradiciones filosóficas, dos formaciones universitarias y dos experiencias políticas integralmente diversas. Aún cuando sea difícil acusarles de falta de rigurosidad, he comprobado que algunos ‘asépticos científicos’ llegan a límites insospechados en razón de defender su derecho a dar santa sepultura a la clasificación teórica de izquierdistas, centristas y derechistas. Ante ellos levantan sus argumentos Bobbio y Bresser Pereira, quienes defienden, a partir de verificaciones históricas, no solo la efectiva existencia de estas categorías, sino incluso la conveniencia de que sigan existiendo como referentes de la lucha política democrática y, por concepto, diversa y plural.


Ahora bien, en lo que no puedo dejar de llamar la atención es en cierta uniformidad coincidente entre quienes llamaré ‘asépticos’, por pura y exclusiva conveniencia. Y es que detrás de este argumento que les debato, generalmente asumen un conjunto de ideas que no solo son poco objetivas, sino que en todo su conjunto pueden entrar holgadamente dentro de una reformulación actualizada del pensamiento de alguna derecha. Tal pareciera que, al menos en este particular, coinciden políticos de calle y de laboratorio: ambos grupos tienen alguna especie de miedo instintivo a ser reconocidos como centroderechistas o derechistas, los primeros por razones electorales, los segundos por prestigio académico. Y ese es ya un problema estrictamente latinoamericano. En Europa no es difícil encontrar a personas, grupos, partidos políticos y gobiernos que, pensando a la derecha, se identifican como tales. Así, populares y democristianos admiten ser de centroderecha, con sus matices, como los socialdemócratas aún se aferran a la bandera del socialismo. En el viejo continente no es tan contagioso el prurito cuando se trata de admitir las adscripciones ideológicas. Lo hacen de manera seria y responsable.


Al otro lado del Atlántico, los latinoamericanos siempre hemos tenido alguna resistencia a admitirnos de derechas. En cambio, izquierdistas, de cualquier cuño, han existido y existen, con sus costumbres y sus consignas. Después de que existieron durante las durísimas dictaduras militares de las décadas pasadas –de hecho su existencia real, palpable y apresable, permitió que Uruguay alcanzara el récord mundial de más prisioneros políticos sobre su población total-, no creo que se mimeticen en la plena vigencia de democracias garantistas. Pero a las centroderechas y derechas latinoamericanas no les gusta recordar las fechorías militares o los infames resultados de políticas neoliberales aplicadas sin ningún horizonte social. Y quizá por esa mala consciencia, más que por cierto maniqueísmo, no suelen darle la envoltura apropiada al frasco. De esta forma, terminan por hacer cada vez más digno de respeto y admiración que un latinoamericano se admita conservador, especialmente en esta etapa, en la que populares y democratacristianos –Neruda los llamaba ‘hipócritacristianos’ y quizá no sin razón- hablan de ‘centrohumanismo’, ‘humanismo cristiano’, ‘centroreformismo’, y no sé cuantos otros giros verbales, que sirven al objeto supremo de evitar el autoreconocimiento.


Así las cosas, pareciera que la acusación de desvíos ideológicos que se formula contra autores y estudiosos que claramente admiten su pertenencia al campo progresista, proviene del pavor que causa en algunos perder su mascarada de cientificismo y objetividad.


Ya con esto, bien pudiera pensarse que las razones alegadas en el artículo anterior estaban de más. Bastaba identificar a los ‘asépticos’ como derechistas inconfesos para desmentir todo su aparataje teórico.


Sin embargo, mal pudiera generalizarse a partir de algunos casos particulares. A aquellos que debaten seriamente el tema y no tienen estos insumos ideologizados que les desautorizan y les restan credibilidad, había que presentarle una respuesta, que no pasa de ser un simple punto de vista, alternativo y diverso, pero no por ello mejor sustentado. Al final y al cabo, así como la política es diversa, los debates sobre ella también lo son. Y esa es la mayor gracia del asunto.

Carlos Miguel Rodrígues
05 de abril de 2010

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