En estos días abundan los temas noticiosos sobre los cuales valdría la pena escribir y, como precondición para hacerlo con sentido, reflexionar. Quizá no sea un rasgo peculiar de estos días. En un mundo que vive de la instantaneidad de la noticia, convertida en acto reflejo de las agencias de prensa, la información se ha convertido en sinónimo de vida. Una somera revisión por el “minuto a minuto” de los sitios web de las grandes cadenas informativas nacionales o internacionales nos confirma que, efectivamente, minuto a minuto es tomado en su sentido más literal y, en cuestión de una hora, podemos encontrar cuarenta o cincuenta notas de prensa que nos hacen olvidar las de hace apenas media jornada.
Sin embargo, el compromiso adquirido con anterioridad me impele a remontar una semana cargada de hechos y sucesos para mirar al domingo 27 de septiembre. Un mundo completamente distinto desde el punto de vista de las agendas informativas el de hace solo una semana, cuando el Partido Socialista venció en las elecciones legislativas portuguesas y renovó la legitimidad democrática de José Socrates, primer ministro por cuatro años más. Al comentar las elecciones alemanas del mismo día supe que mis posteriores referencias a Portugal estarían cargadas de repeticiones irreflexivas: los paralelismos saltan a la vista y reafirmarlos es el objetivo de este artículo.
Vale la pena meditar sobre los resultados electorales, que dan para cualquier cantidad de conclusiones. El Partido Socialista obtuvo la mayoría simple de los votos. Con su 37%, muy lejos quedó de la mayoría absoluta conquistada cuatro años antes, cuando la debacle de su principal rival - el Partido Social Demócrata - le sirvió en bandeja de plata las esperanzas de la mitad de los portugueses. Precisamente, los socialdemócratas – que paradójicamente al igual que sucede en Brasil no creen en la socialdemocracia y se ubican en la centroderecha, más cerca del PP que del PSOE – fueron de la preferencia de un 29% de los electores. Ambos, los dos partidos-núcleos de la política portuguesa, sólo sumaron dos tercios de los votos.
Evidentemente el voto se disgregó, un fenómeno similar a lo que ocurrió en Alemania. Ante esto, muchos se atreven a proclamar el fin del bipartidismo y el comienzo de un multipartidismo moderado: los otrora partidos pequeños se convierten en actores medianos de un proceso político que permitirá escuchar más voces y exigirá mayores niveles de negociación.
En esta onda, los portugueses le han dado un leve progreso electoral – 10% - y una veintena de diputados al Centro Democrático Social, el partido más a la derecha de los electoralmente significativos. Muy cerca ha tocado la campanada de las elecciones. El Bloque de Izquierda (BE) ha casi duplicado su número de votos y diputados y ha registrado el mayor éxito electoral frente a 2005 de los partidos participantes. Con 16 diputados y un 9.6%, al BE le quedó la desazón de no haber conquistado el perfilado puesto de tercera fuerza política del país. Finalmente, una mezcla de comunistas y ecologistas ha sido liderada por un viejo dirigente político y han aumentado también su caudal electoral. El 7, 8% de los portugueses han votado a la opción, nominalmente, más a la izquierda de la contienda.
A estos resultados se les han impuesto una ya amplísima cantidad de interpretaciones. Como en todos los países, cuando los ciudadanos terminan de ejercer la democracia del voto, los especialistas - políticos o académicos - dan rienda suelta al ejercicio inclemente de la democracia de la opinión. Con la ventaja de que en Europa no existe el prurito de llamar izquierda a lo que tal cosa es y derecha a lo que se expresa políticamente en esos términos. Afortunadamente, los europeos no tienen el problema latinoamericano de convivir con una amplia serie de dirigentes tecnocráticos que, no conformes con negar su origen ideológico, le restan vigencia a las diferencias “trasnochadas” entre izquierda y derecha. En Europa se entiende que la política y la técnica conviven y se complementan; han superado ya el déficit intelectual de jugar a la antipolítica como el más eficaz ejercicio político.
Por mi parte, ajeno al rango de especialista, me conformaré con sentar sobre un diagnóstico crítico mi deseoso interés de ver a Portugal gobernada por una amplia coalición de izquierda, que sea capaz de unir en un solo proyecto de transformación social las distintas miradas que buscan integrar una distribución más justa de la riqueza a un régimen democrático más participativo.
Precisamente, el voto progresista portugués ha sido mayoritario. Desde la revolución de los claveles y el fin del protofascista régimen del Estado Novo, el Partido Socialista ha sido la fuerza política más solida y consistente del país. Socialistas y comunistas participaron activamente en el derrumbamiento de la dictadura y juntos construyeron un régimen constitucional que se integró rápidamente a la Comunidad Europea y que ha sacado grandes beneficios de su vocación europeísta. En razón de la heroica aura que le rodea, el Partido Comunista ha mantenido una fuerza política – sobretodo sindical – que le ha permitido sostenerse a pesar de su moratoria en asumir una renovación programática. Finalmente, una fuerza política joven como el Bloque de Izquierda – nacida en 1999 – ha entrado al debate político de lleno y ha conquistado espacios importantes de poder, capitalizando un discurso que exige de la política más ética y de la economía más equidad.
Juntos, los partidos progresistas han conquistado casi el 55% del voto popular. Algo común en Portugal, donde lo exigido por Ségolene Royal se ha logrado: convertir la mayoría progresista que existe en la opinión de los europeos en mayoría también en sus votos.
Sin embargo, en estos últimos cuatro años, los portugueses han notado que no son matizables las diferencias que existen entre los integrantes de esta mayoría. El gobierno de Socrates se ha caracterizado por su timidez. El estructural déficit en cuentas públicas, dejado por Durao Barroso en niveles exorbitantes, exigió del gobierno socialista disciplina fiscal y reducción del gasto público. Los socialistas han defendido políticas neoliberales que le han ganado la aversión del Bloque de Izquierda, al punto de convertirlo en el partido más duramente crítico de la administración Socrates en la recién finalizada campaña electoral. Por su parte, BE y PC han jugado a radicalizar sus posturas y han entrado en luchas intestinas por conquistar el descontento de izquierda frente al gobierno socialista. Han repetido la historia de lucir como una izquierda irresponsable, sabiamente crítica pero inevitablemente opositora.
La campaña levantó la tirantez y las heridas están frescas. El domingo, cuando Socrates daba su discurso de victoria, todos sabían que lo obvio – una alianza con sus partidos más cercanos – no era opción real. Durante la campaña y en particular cuando la demoscopia arrojaba empate técnico entre el PS y el PSD, Socrates extendió la mano al Bloque de Izquierda y le hizo recordar que, cuando el PS se debilita, la derecha se fortalece. La inmadurez no dio para entender que los socialistas pueden actuar ocasionalmente - obligados por las circunstancias - como neoliberales, pero que los neoliberales actuarán siempre como tales. Afortunadamente, el carisma de Socrates y el escándalo de montaje mediático que involucró a los socialdemócratas, salvó la partida y evitó que un gobierno progresista pagará con su salida del gobierno los defectos de un sistema que siempre ha propuesta transformar.
Evidentemente y al igual que ha sucedido en Alemania, hoy los progresistas portugueses no se imaginan juntos. Pero el escenario pudiera facilitarles el trabajo. Vienen cuatro años difíciles, con una oposición de derecha concentrada en volver al poder y un gobierno asediado, con una estrecha salida que le conduce a negociar con su ala izquierda. A ello deberá apostar Socrates, quien ha propuesto de manera genuina un programa de mayor alcance social, centrado en superar la crisis. Junto a su partido, el Bloque y los comunistas entrarán al parlamento de lleno, con la consabida obligación de ser más políticamente responsables. El panorama les obliga a sentarse y la madurez les instará a acordar, con lo que, quizá, podríamos ver nacer, crecer y florecer la alternativa de un frente políticamente sólido, forjado alrededor de un Portugal y una Europa más social. No es cuestión de hecho fácilmente realizable, pero nadie ha dicho que hacer política desde las convicciones progresistas lo fuese.
Carlos Miguel Rodrígues
04/10/2009
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